Pocas veces en la Historia, la voluntad de un pueblo de reducida dimensión y limitado poderío ha logrado imponerse a los designios fríamente calculados de una gran potencia mundial. Eso ha venido sucediendo en Puerto Rico, neocolonizado por EE.UU. a partir de 1898 y víctima de un fallido intento de genocidio cultural. Nuestro pueblo, voluntarioso y bien nacido, leal y fiel a sus orígenes hispánicos. Ha ido saliendo airoso de tan comprometido trance. No obstante, en dicho empeño nos hemos dejado el alma hecha jirones y nuestra sociedad viene sufriendo un avanzado proceso de descomposición. Son muestras palpables el alto índice de insania mental en nuestra sociedad y el cainismo político que roza la ingobernabilidad desde hace casi dos años. Ello permite al colonizador seguir amparando sus fines en movidas maquiavélicas que propician la división entre los esclerotizados partidos políticos tradicionales -hoy verdaderos fósiles- que son el cáncer terminal que atenaza y paraliza nuestra sociedad civil.
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