Eutanasia, dolor y vida: aproximación a un juicio crítico

Es larga la vida, si de ella sabes hacer buen empleo (Séneca)

Nuestro siglo se caracteriza por el aumento triunfante de la duración de la vida, por la victoria de la supervivencia. Más del 13% de la población actual del mundo occidental supera ya los 65 años de edad. Tanto en España como en Puerto Rico, al nacer se tienen expectativas de longevidad.

Del mismo modo que a los niños y adolescentes se les enseña a afrontar las vicisitudes de la edad adulta, los adultos, a su vez, deben aprender a superar los desafíos de la vejez. Esta tarea, ya urgente, debe iniciarse en la infancia. Frente a la manida competitividad, la educación debería transmitir valores culturales y sociales, para profundizar en su función constructora del individuo, donde el concepto de tolerancia es cardinal. Bien sabemos que aunque en 1995 se celebró en el mundo el Año Internacional de la Tolerancia, aún estamos plagados de intolerantes que dificultan la comprensión entre los seres humanos.

El dualismo verdad-libertad está en la esencia de una correcta comprensión del fenómeno de la tolerancia, el cual podría moverse entre la afirmación de San Pablo: “La verdad os hará libres” y la respuesta de la modernidad, tan citada por el catedrático español Ruiz-Giménez: “La libertad nos hace más verdaderos”. Y es que la combinación de verdad y tolerancia es una de las claves para entender la historia de la humanidad y el progreso de la conciencia moral. Y cuando se habla de eutanasia reaparecen actitudes de intolerancia, como en otras esferas de la vida; y lo vimos en la III Conferencia de Población y Desarrollo celebrada en El Cairo.

El Papa Juan Pablo II declaró que la eutanasia es el gran tema de finales del siglo XX; y la Iglesia Católica viene preconizando que el derecho a morir dignamente incluye también otros derechos por parte de los enfermos terminales: a conocer la verdad, la libertad de conciencia, a no sufrir inútilmente y a decidir personalmente.

Hace más de treinta Van R. Potter, fundador de la Bioética, consideraba que la disciplina bioética debería servir de puente entre las dos culturas distintas y escasamente relacionadas ―las mismas que la Academia que hoy me abre sus puertas sí relaciona entre sí desde hace 50 años― “las ciencias” y “las humanidades”, uniendo valores éticos con hechos biológicos, lo cual se hace singularmente  patente en la eutanasia,  en cuya consideración, tanto científicos, médicos, moralistas, juristas, como las propias sociedades desarrolladas ―y tanto España como Puerto Rico lo son― enfrentan una aguda controversia, la cual sólo puede ser conciliada si se realiza una adecuada clarificación terminológica.

Clarificación

Hay tres clases de eutanasia: 1ª) Activa: consiste en proporcionar conscientemente la muerte a una persona gravemente enferma por medio de una acción positiva, como una inyección de morfina u otras sustancias letales. 2ª) Pasiva: cuando no se proporciona a un moribundo una terapia que prolongue su vida, como no conectarlo a un respirador artificial, o retirarle a un enfermo los medios extraordinarios que le mantienen con vida. Y 3ª) Activa Indirecta: cuando el médico administra al paciente  una sustancia analgésica, como la morfina, para calmar sus dolores, aún a sabiendas de que ésta acción puede indirectamente acortar su vida.

Dos de los principales argumentos para rebatir la eutanasia son: 1º) Que el suicidio va contra la ley natural; 2º) Que de la misma manera que Dios nos da vida, sólo Él puede quitarla.

El argumento del orden natural, tomista, es deficiente por ambiguo, cuando se aplica a los seres humanos, los cuales se diferencian del resto de las especies porque pueden conceptualizar y afectar los sucesos futuros. El filósofo británico David Hume (1711-1776) señaló: “Si yo echo a un lado una piedra que va a caer en mi cabeza, yo perturbo el curso de la naturaleza e invado la providencia peculiar del Todopoderoso más allá del período marcado por Dios de acuerdo con las leyes generales de la materia y del movimiento”. Por tanto, se podría argumentar que la muerte definitiva para evitar el dolor prolongado es natural ―y racional, digo yo― a aquellas especies que tienen la capacidad para cambiar los acontecimientos que les afectan. En segundo lugar, si aceptamos que el suicidio no es natural porque supuestamente no se da en otras especies, ¿por qué asumir que lo natural es siempre deseable? Como señala el pedagogo puertorriqueño Eduardo Suárez Silverio, existen muchas especies donde la paternidad ejerciente es casi inexistente. Imagínese que se utilizara estos casos para argumentar que los padres no deben ser responsables y dedicar tiempo a sus hijos, ya que entre las especies sólo las madres exhiben este tipo de conducta.

Dolor

El argumento de que de la misma manera que Dios nos da la vida sólo Él puede quitarla, nos compromete a mucho más de lo que habitualmente estamos dispuestos a aceptar. Tomemos el ejemplo de las enfermedades. En el momento en que se acude al hospital para buscar auxilio, podríamos estar interviniendo contra la voluntad de Dios. Está claro que el principio de “la voluntad de Dios” podría hacer de la práctica médica una inmoralidad, en cuanto busca prolongar la vida. Sólo una, entre las religiones cristianas, la Christian Science (Ciencia Cristiana) prohíbe recurrir a la Medicina y orar.

La Medicina tiene en la actualidad una espada de doble filo. Por un lado puede alargar la vida por medios artificiales, de alta tecnología; y por otro está en condiciones de adelantar la muerte por medios médicos, siempre que el paciente haya dado su consentimiento con plena información sobre su situación real.

Prolongar la vida de los seres humanos de manera casi indefinida pero en condiciones precarias, lo que hace en realidad es prolongar indefinidamente el dolor y el proceso de muerte. Y como de la muerte nadie se salva, ni siquiera los más poderosos, hemos visto horrorizados cómo la puesta en boga del llamado “encarnizamiento terapéutico” nos ha dado ejemplos lamentables como los de Harry S. Truman, Josif Broz “Tito”, Francisco Franco y Tancredo Neves quienes vivieron muchas más horas de las señaladas por sus relojes vitales. El caso patético más reciente fue el del emperador japonés Hirohito, víctima de una agonía artificial de 111 días.

Analizando desde una perspectiva histórica los diferentes ordenamientos jurídicos, comprobamos que, si bien puede ser considerado como lícito el acabar con la vida de alguien que nos agrede, por el bien de uno mismo, en el caso de legítima defensa; no sucede así si se realiza la misma acción por el bien de esa misma persona. De igual modo, puede ponerse fin a la vida propia en beneficio del prójimo, caso de un acto de heroísmo; pero dicho acto no sería considerado de igual manera, sino condenable, si se pone fin a la propia vida en beneficio de uno mismo, caso del suicidio. Como señala María Casado en su libro La eutanasia: aspectos éticos y jurídicos, esto “resulta el colmo de la paradoja”; de ahí “la desazón que tales cuestiones suelen provocar”.

Moral

En el terreno de la Moral, la eutanasia activa y la pasiva son equivalentes. Si una es declarada aceptable también debe serlo la otra; incluso, a veces, la eutanasia activa podría resultar preferible. El escritor, filósofo y ensayista Ferrater Mora (1912-1991), en su libro Ética Aplicada, opina que “si la eutanasia, sea activa o pasiva, es considerada moralmente aceptable, es porque se proclama la obligación de aminorar los sufrimientos de una  persona, y se afirma que esta obligación se halla por encima de la obligación de preservar la vida”.

El Estado, en un marco no confesional, como son los casos de España y de Puerto Rico, debe propiciar la vida, pero no imponer el deber de vivir. Una persona libre debe ser dueña de su propio destino, incluso en la fase terminal de su vida. Poder elegir libremente una muerte digna como derecho individual es una reivindicación que se considera propia de las sociedades desarrolladas.

Dos razones justifican moralmente la práctica de la eutanasia: 1º) Respetar la voluntad del ser humano en relación a algo tan íntimo como es la propia vida; 2º) Atendiendo a principios de misericordia, obligar a una persona a vivir, enfrentada a una muerte inevitable y dolorosa, es realmente cruel. Y si en la fe cristiana existen principios cardinales como la compasión y la misericordia, coincidiremos en que la práctica de la eutanasia se ajusta a estos valores cristianos.

Legislar

Es a la hora de legislar en este delicado terreno cuando hay que mostrarse cuidadosos. Todos sabemos que una familia que quiera deshacerse de un enfermo podría intentar abusar de una legislación muy permisiva; o que un individuo en fase depresiva podría optar por una eutanasia-suicidio. Pero hay que legislar, no caer en la confusión que crea el vacio legal.

Holanda es el país que suele ser puesto como modelo en cuanto a la regulación de la eutanasia. Una ley elaborada por su Gobierno de centro-izquierda convirtió a los Países Bajos en la primera nación que legaliza de hecho la eutanasia activa. Allí se producen 2.300 casos de eutanasia activa al año, entre unas 9.000 solicitudes, lo cual supone el 25,5% de autorizaciones. Allí se considera especialmente el tema de “los testamentos vitales” y se fijan una serie de trámites especiales para el funeral y la firma del certificado de defunción, el cual deberá hacer constar que el fallecimiento ha sido debido a causa no-naturales. Antes de firmarlo el médico está obligado a ponerse en contacto con el forense para que éste estudie el caso. Seguidamente el forense debe informar al fiscal de distrito, y a continuación se estipula que debe tener lugar una investigación policial “discreta”. Antes del entierro, el fiscal debe decidir si se hace la autopsia y debe mandar un informa al Fiscal General correspondiente. Finalmente, los cinco Fiscales Generales y el Secretario General del Ministerio de Justicia deben discutir y decidir, en cada supuesto, si se inicia el proceso o se desecha el caso. Por lo tanto, la tan traída y llevada afirmación de que en los Países Bajos la eutanasia está “libremente” permitida es una “verdad a medias”; una afirmación claramente reduccionista que debe ser contrastada y matizada si hemos de ser rigurosos.

Tabúes

Mientras, en Suecia, Francia, Bélgica, Reino Unido, Portugal, Italia…no existe opinión favorable a su legislación. Y el Vaticano califica a La Ley holandesa de “inicua e inmoral” así como de “máxima expresión de la cultura de la muerte”. Por lo que respecta a España, hay opiniones para todos los gustos, unas veces bien fundamentadas, otras viscerales, dentro de las más reprobables corrientes de intolerancia. En la Unión Norteamericana, donde el Dr. Jack Kevorkian ha inventado y utilizado varias veces una “máquina del suicidio” por envenenamiento, los dos fracasos en los referendos de los estados de Oregón ―luego rectificado― y California, en los cuales fue rechazada la eutanasia, han hecho silenciar este tema del debate social, por la sospecha de que sería imposible controlar su práctica en una etapa de debilitamiento de los vínculos familiares y de restricciones en los presupuestos del Estado. Los detractores de la eutanasia llegaron a afirmar: “Si les damos la menor excusa, las compañías de seguros y los hospitales nos quitarán de en medio para evitarse los gastos”.

No podemos evitar casos tan famosos como el de Karen A. Quinlan, en USA, quien estuvo 10 años en coma; ni el de Nancy Cruzan, también en USA, cuyo coma anóxico duró más de 7 años; ni el de Tony Bland, del Reino Unido, en estado vegetativo persistente por cuatro años; o el más próximo, el del gallego Ramón Sampedro, tetrapléjico desde hace 27 años, ahora en manos del Tribunal Constitucional y que muy probablemente acabará ventilándose ante el Tribunal Europeo de Derechos del Hombre de Estrasburgo.

En España, como en Puerto Rico, tan cargados de tabúes, nos cuesta aclararnos. Seguimos inmersos en un mar de confusiones, muchos de orden religioso. Tenemos que dar el paso para elaborar una ley específica sobre eutanasia que permita solucionar las cuestiones más urgentes y proceder de una manera progresiva para evitar las situaciones de inseguridad jurídica que preocupan tanto a los pacientes y a sus familias, así como a médicos, moralistas, juristas y a todo tipo de personas en contacto con el problema que nos ocupa.

Rémoras

La experiencia del nazismo, tan manipulada para combatir todo intento de legalizar la eutanasia, nada tiene que ver con el sentido moderno del término eutanasia. La eutanasia nazista se propiciaba por el bien del Estado y de la colectividad; mientras que hoy se preconiza en exclusivo beneficio del individuo que la solicita.

Mientras nos aclaramos hay que crear Unidades de Cuidados Paliativos para atender a los enfermos terminales sin posibilidad de recuperación, enfermos que requieran cuidados que van más allá de las posibilidades de las familias y que además necesitan de la dedicación humana tan necesaria.

A quienes nos declaramos cuando menos defensores de la eutanasia pasiva, la vida nos parece que no es algo absoluto, sino que necesita calidad y dignidad. Somos conscientes de que aún pasarán años antes de que las sociedades hispánicas evolucionen y se sacudan de las rémoras vigentes. Seamos optimistas, como lo fuimos ante el 1995, año mundial de la Tolerancia. Ganemos en dignidad.●