Las viejas tijeras de la censura…

Que la dignidad no cabe en una pantalla lo sabe de sobra Yoani Sánchez (La Habana, 1975), embarcada desde hace doce años en la aventura de recuperar la dignidad de su país sorteando desde su blog las olas de la propaganda del régimen castrista. Internet le permitió contar al mundo lo que sucedía en Cuba a través de su bitácora Generación Y, que se convirtió en la más leída en la isla. Su lucha por la libertad de expresión le valió la hostilidad del Gobierno, pero también premios como el Ortega y Gasset de Periodismo, y la ha convertido en una de las principales voces de la disidencia cubana. Esta semana ha acudido a la Universidad Complutense para participar en el congreso Comunicación, Tecnologías y Dignidad humana: derechos controvertidos y verdades contestadas, que ha reunido en Madrid a 1.800 investigadores de 82 países.

P.- ¿Qué es la dignidad?

R.- La dignidad es no tener que defenderse para hacer valer los propios derechos. Es lo primero que se recorta cuando faltan las libertades. No se puede hablar de dignidad allí donde el individuo tropieza con un montón de obstáculos para hacer valer su capacidad de decidir y su capacidad de pensar.

P.- Usted defendió una tesis titulada ‘Palabras bajo presión’, en la que analizaba la influencia de los totalitarismos sobre la literatura en Latinoamérica. ¿La palabra es lo primero que se pierde en un régimen totalitario?

R.- La palabra es el mecanismo universal para hacer valer nuestros derechos, para la denuncia y la reivindicación, y también para el agradecimiento. Por eso los regímenes totalitarios intentan domesticarla, coartarla: es el gran enemigo. Hay un libro de Jorge Zalamea, El gran Burundún Burundá ha muerto, que versa sobre un dictador que prohíbe la palabra. Es un libro sobre la animalización de la persona, sobre cómo se convierte en objeto. A mi me recuerda a la sociedad cubana, donde la gente sustituye la palabra por señas y gestos para no decir en alto ciertas cosas, o encuentra un vocabulario en paralelo lleno de metáforas y símiles para hablar de cuestiones que en otro país se podrían hablar con toda naturalidad.

La palabra es, de hecho, lo más difícil de llevar a mi país. Lo que más buscarían en mi maleta los oficiales de la Aduana sería un libro, un periódico, la palabra impresa.

P.- Usted escribió una vez que los viejos instrumentos de la era comunista se resisten a morir. ¿Son las nuevas tecnologías nuevos vehículos para los totalitarismos?

R.- La tecnología no tiene ética en sí misma. Ojalá pudiéramos crear circuitos con un gen de la justicia, del respeto y la armonía. Pero en sus circuitos y teclados no late ese código binario. Según en qué manos caiga, puede ser usada para desarrollar o recortar desarrollo, para propalar una información real o para mentir, para dar altavoz a los ciudadanos o para darlo a la propaganda. En el caso cubano hablamos de un aparato oficial con un acceso a la conectividad, a la infraestructura y una impunidad legal frente a la  que no hay manera de competir. Por cada internauta independiente puede haber trescientos o mil cibercombatientes. Las viejas tijeras de la censura también echan mano de los nuevos dispositivos.

P.- ¿La ciberpropaganda gubernamental dirige el estado de la opinión pública?

Sí. Utilizan las redes sociales como antes usaron las tribunas y los micrófonos o los escraches en las calles. Pero las posiciones de soldado se notan rápidamente. Yo podría hacer un manual para detectar a un troll oficialista, a un militante, a un ciberactivista. Se caracterizan por repetir consignas ciegamente, por la poca espontaneidad y humanidad de sus mensajes, por la incapacidad de dialogar sin llegar al ataque personal, por un culto a la personalidad exacerbado que roza el ridículo, por lo rápido que pierden la paciencia y bloquean al contrincante… Quedan en evidencia frente a los usuarios que somos libres, que podemos bromear, contar nuestra vida cotidiana… Ningún funcionario habla de su vida, no puede. Debe esperar a que se le ordene, porque no tiene libertad.

P.- En su país se ha aprobado una nueva regulación para aumentar el control sobre las redes y los sitios en internet.

R.- En Cuba se gobierna a golpe de decretazos. Y este decreto se inscribe en la línea de otros anteriores que intentan recuperar el terreno perdido. Antes la gente podía aprovechar Amazon para publicar un libro, enviando el texto a un amigo. Un músico podía grabar un disco y que éste se volviera viral en redes alternativas. El arte estaba fuera del control oficial, fuera del control de la censura. Ya se aprobó un decreto en diciembre en este sentido. Son normas que preparan el terreno para aplicar la discrecionalidad. Pero se les puede volver en contra porque es una legislación impresentable ante organismos internacionales. Rebela aún más el carácter totalitario de un sistema que quiere controlarlo todo.

P.- Pero a la vez, Cuba ha vivido ciertos cambios.

R.- Cuba ha cambiado no porque desde arriba hayan implementado medidas, sino porque estamos en el siglo XXI y ya no pueden hacer lo mismo, ni con la impunidad que lo hicieron en el pasado. Muchas de las demandas de los cubanos se han conseguido ya. Los cubanos se quejaban de que no teníamos una línea de telefonía móvil, de que no se podía salir del país sin una carta de recomendación… Todo eso ha cambiado, pero lo que no ha cambiado es el discurso político. El que se queje es un mercenario al servicio de la Casa Blanca. Y el culto a los Castro sigue siendo muy elevado. En materia de economía se han dado algunos pasos, pero en lo medular no quieren avanzar. Y lo medular es desmantelar el andamiaje estatal  ineficiente, acabar de unificar la moneda, eliminar el mercado racionado que ha sido un mecanismo de clientelismo político, y sobre todo dar verdaderas libertades al sector privado.

P.- Las nuevas tecnologías no tienen ética. ¿Pero a qué podemos aspirar gracias a ellas?

R.- En muchas sociedades hiperconectadas e hipersaturadas de dispositivos electrónicos se está cuestionando la invasión y la falta de privacidad. En Cuba a lo que aspiramos es a una mayor participación de los ciudadanos en la tecnología. Un ejemplo son los limitados mecanismos que tienen Facebook y Twitter para denunciar contenidos sobre violencia o discriminación. Cuando se trata de ataques del poder a un individuo esos mecanismos funcionan muy poco. Hay que darle más participación a la ciudadanía para que pueda denunciar esos abusos. No hay un detector de fake news más efectivo que el olfato de un ciudadano. Los algoritmos están bien, pero una mayor participación de los ciudadanos en los mecanismos de denuncia podría aminorar el alcance de estos fenómenos.

P.- ¿Qué relación tienen autoritarismo y fake news?

No hay máquina de posverdad y fake news más efectiva que un sistema autoritario, porque no tiene dentro de sí la capacidad de que los que viven allí rebatan esas informaciones. En Cuba vivimos en una burbuja de posverdad generada por el triunfalismo de los medios oficiales. Se ha exportado un mito dañino para mi nación y mi país. Además de estar vacunados necesitamos libertad, porque no somos animales. Una mayor participación ciudadana en la denuncia de este tipo de fenómenos quizás ayude a atajarlos y mostrarlos en su crudeza a la vista del mundo. Hablamos de sistemas expertos. ¿Dónde se fabrican los más nocivos fake news que recorren el planeta? Casi todos en laboratorios de países autoritarios: Rusia, China, Cuba o Venezuela.

En el caso cubano hablamos además de un sistema que se ha entronizado tanto en cada sector de la sociedad y la economía que extraerlo ha generado reacciones, posturas y modos de ver la vida. El castrismo ha provocado un daño antropológico en Cuba. Mi madre nació en el castrismo, yo nací en el castrismo, mi hijo de 24 años nació en el castrismo. No hay otra referencia.

P.- ¿Qué pedirías a los periodistas de otros países donde se trabaja con más dosis de libertad?

R.- Esto es una profesión difícil en todas partes. Yo recomendaría más alianzas entre los periodistas a partir de lo que nos une: esta pasión por indagar, contar, arrojar luz. A pesar de que hay organismos internacionales de periodistas todavía funcionan de manera muy fragmentada. Y a todo aquel que puede sentarse a escribir un reportaje sin censura que lo aproveche y expanda cada vez más esas libertades.

Si a los gobiernos los dejáramos actuarían siempre con los ciudadanos como padres de niños pequeños. Pero en la sociedad occidental hay muchos mecanismos para cortar esas ansias orwellianas. La sociedad civil es más fuerte, hay ONG’s… Pero cuando nada de esto existe aparece el totalitarismo.

P.- ¿Cuál ha sido el peor momento que ha vivido en estos doce años?

R.- Lo más difícil ha sido el conjunto de los doce años en la picota oficial. Contra mí se han usado todas las prácticas del fusilamiento de la reputación. Tienes que estar muy convencida de quién eres y qué quieres, porque constantemente ves reflejada en los medios una imagen de ti que no coincide con lo que tú eres o quieres ser. Hay colegas a los que esto les ha destruido la vida. Que tú enciendas la televisión y veas tu rostro acompañado de los peores adjetivos te va generando un estrés diario que es lo más difícil que he tenido que vivir.

P.- ¿Volverías a hacerlo? ¿A emprender este camino?

R.- Sí. Amo lo que hago. Tengo la infinita suerte de hacer lo que me gusta en el lugar que me gusta. Es uno de los lugares de la tierra más difícil para ejercer el periodismo pero esa tensión diaria, esa adrenalina de buscar la información, preparar la plana de un periódico, debatir un titular con los colegas, llamar a una entidad aunque sé que no me van a responder… Hay algo mágico en esta profesión que me tiene bastante enganchada.

Marta Sánchez Esparza