Según el calendario chino, 2019 es el año del cerdo, así que los hombres están de enhorabuena. O eso es lo que deberíamos pensar todos, a tenor del ambiente esquizoparanoide que reina desde el escándalo con Harvey Weinstein, con la no menos bochornosa hipocresía de Hollywood y de la prensa en torno a este escabroso asunto que muchos conocían, pero todos callaban.
Desgraciadamente, este repugnante asunto ha tenido más consecuencias negativas que positivas para ambos sexos. La caja de Pandora de la delación y persecución se ha abierto y las iniciativas como #metoo y similares a escala mundial (algunas muy “sugestivas” como #balancetonporc –denuncia tu cerdo– en Francia) inicialmente pensadas para romper el silencio y cambiar mentalidades se han desnaturalizado por completo. Resultado: Todos los hombres son potencialmente culpables, salvo que demuestren lo contrario. Malos tiempos para la presunción de inocencia. Hemos llegado a tal punto de histeria maniquea “hombre malo opresor-mujer indefensa buena” que incluso una de las mayores marcas de afeitadoras, cuyo público objetivo son los hombres, escenifica su mea culpa en su último anuncio, demonizando a los varones y ¡llamándoles a desprenderse de esa «masculinidad tóxica”!
Esta guerra de sexos –que no de sesos- está provocando ya en EEUU unos efectos contrarios a los que se buscaban, tanto a nivel personal –pronunciar un simple piropo se ha vuelto un deporte de alto riesgo- como profesional. Según Bloomberg, las mujeres empiezan a tener más dificultades para encontrar trabajo en el sector de las finanzas ¡no por discriminación, sino por precaución! Y es que los empresarios prefieren contratar hombres para evitar posibles conflictos, ya que una mujer representa ahora un riesgo jurídico. Pretexto o no, lo cierto es que muchos hombres ya no saben cómo relacionarse con sus compañeras de trabajo y algunos se niegan incluso a subir solos en un ascensor o a tener una reunión a solas con ellas.
Después de Halloween y el Black Friday, no quedará mucho para que este pánico invada España. Y el caldo de cultivo está al rojo vivo. La ley de violencia de género se ha cargado de un plumazo la igualdad entre hombres y mujeres, así como el principio de la presunción de inocencia. Ya lo resumió perfectamente la vicepresidenta del gobierno hace unas semanas. Las mujeres siempre tienen razón, “si o sí”. Y por si fuera poco, una reciente sentencia del Tribunal Supremo ha dictado que si hay agresión mutua entre un hombre y una mujer, “no es preciso probar un comportamiento de dominación del hombre sobre la mujer”. El mensaje no puede ser más claro. La mujer es un ser débil, una pobre victima que necesita protección.
En los últimos 40 años, la condición de las mujeres ha progresado mucho más rápido que en cientos de años, pero me temo que el proceso se pueda revertir. La politización y radicalización del movimiento feminista no ayuda a la mujer. Todo lo contrario. No se puede mezclar la lucha por los derechos de la mujer con el anti capitalismo, el racismo o el heteropatriarcado. Desde luego, si las sufragistas o grandes referentes del feminismo del siglo pasado vieran la situación actual, las pobres se revolverían en sus tumbas. Esas mujeres luchaban por la igualdad, sin victimismo, libres de toda subvención política y sin imponer desigualdad. Esa discriminación mal llamada “positiva” que impone cuotas supone minimizar el valor profesional de una mujer y favorecer la mediocridad.
Tampoco es necesario destrozar la gramática y parecer medio analfabetos para defender los derechos de la mujer. Las “portavozas”, “miembras” y demás “cargas” publicas, todas, todos y todes –¡con esa forma inclusiva, pueden decir la mitad de cosas en el doble de tiempo!- deberían luchar por medidas que permitan de verdad facilitar la conciliación de la vida laboral y familiar. No estaría de más comprobar con inspecciones de trabajo que la situación de la mujer en muchas compañías del Ibex, supuestamente idílicas para las trabajadoras, no lo son… Por otra parte, las empresas deberían afrontar costes de sustitución más bajos en caso de baja por maternidad. Obligar a los hombres a coger la baja paternal de 16 semanas no va a solucionar el problema, sino que lo va a desviar. Los empresarios se asegurarán por ejemplo de contratar personas que ya no van a tener más hijos. ¡Los mayores ya tienen trabajo asegurado hasta los noventa años! Y si no, al tiempo.