Por Jairo Máximo
MADRID — (Blogdopícaro) — Como miembro de la cofradía de lectores de los artículos del inolvidado periodista y ensayista Eduardo Haro Tecglen, publicados durante años en El País, en la columna Visto/Oído, aún siento una indescriptible tristeza por su desaparición y gran nostalgia de su pluma certera.
«La mayoría de lectores de El País abría a diario por su columna, el mejor homenaje que se le puede hacer a un periodista». (…) Era un intelectual de izquierdas sólido, comprometido solo con su inteligencia, sin partido ni beneficio, movido por el estímulo de ser un perdedor. En esto no admitía rivales: era el perdedor que primero entraba en la meta», constata el escritor y periodista valenciano Manuel Vicent, en el artículo El pesimismo como estado de lucidez (El País 29/11/14).
Afortunadamente, Eduardo Haro Tecglen (1924-2005) nos dejó millares de artículos publicados, y otros tantos libros. Era un hombre prolífico por naturaleza.
Todavía recuerdo algunas palabras escritas por él, tales como:
«Soy raro, enamoradizo, republicano y, ante todo rojo».
«No soy hombre de banderas, ni emblemas, ni marchas o uniformes, pero respeto a los que tienen».
«En en siglo XIX, el epigrama decía: «En tiempos de los bárbaros romanos / los ladrones colgaban las cruces. Ahora, en el siglo de luces / del pecho del ladrón cuelgan las cruces».
«La derecha se come las palabras, las digiere y las defeca».
«No hay censura: hay pensamiento único de «geometría variable».
En fin, qué nos diría el niño republicano Haro Tecglen, si estuviera aquí, sobre: crisis de los refugiados sirios; Estado Islámico; papa Francisco; Rodrigo Rato, exvicepresidente del Gobierno del Partido Popular; caso Gürtel; timo de las preferentes de Bankia; Podemos; Ciudadanos; independentismo catalán; ley mordaza; El País…
Algunas veces me acuerdo de nuestros encuentros casuales, por su barrio de toda la vida —Chamberí—, cuando él me preguntaba:
«¿Todavía vives en la calle de la Madera?».
«Sí», respondía.
En el libro El niño republicano, lanzado en 1998, Haro Tecglen dedica dos emotivos y informativos relatos a la calle de la Madera.
He aquí uno de ellos:
Calle de la Madera I
Durante casi la mitad de los años de mi vida he ido a la calle de la Madera/calle de San Roque: el mismo edificio. Iba de niño, de la mano de mi madre: calle de San Bernardo abajo (la Universidad y, en torno a ella, los billares, las tiendas de bocadillos: para los estudiantes. A veces había algarada y volcaban un tranvía, cortaban la calle; a los lejos, los estudiantes de Medicina, en su Facultad y en el hospital General (el grupo de edificios y de jardines donde hoy está el Reina Sofía), gritaban y gritaban: vivas a la República: antes, pidiendo que salvaran a Galán y García Hernández, les fusilaron (y, por todo ello, alguien tuvo la brillante idea de crear una Ciudad Universitaria en las afueras. Allí está), calle del Pez (zapaterías, platerías: a mí me interesaba mucho una de ellas porque su icono era la palabra «Lo» seguida del pez de la calle. Simplemente, Lopez. Tengo uno de los famosos peces de plata de allí). En ese edificio estuvieron los dos primeros periódicos de mi vida: La libertad, donde trabajaba mi padre; Informaciones, que fue el mío. Los dos fueron de Juan March: uno de izquierdas, otro de derechas, para defenderse mejor. Pero en La libertad, un día decidieron que ni Juan March ni nadie que llevara su apellido podría entrar nunca más en la casa. El director que él había puesto —Joaquín Aznar, íntimo y colaborador en el teatro de mi padre— se fue; Hermosilla la compró. Calle de la Madera, de San Roque, Luna, Corredera… El olor a chocolate del Indio, donde hasta hace poco estaba en el escaparate el inmenso molino dorado donde se hacía; el queso y el jamón de las tiendas especiales. El convento de San Plácido…●