Buscando respuestas con el Primado de las Galias

Están todos en Madrid, la plana mayor de la iglesia católica: eméritos influyentes como Giovanni Batista Re, y veteranos papables, como Dionigi Tettamanzi; pesos pesados como Cristoph Schönborn, Arzobispo de Viena y Francis Eugene George, Arzobispo de Chicago; personajes intocables como Stanislaw Dziwisz, Arzobispo de Cracovia, y algunas de las opciones de futuro más consolidadas, como Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga, Arzobispo de Tegucigalpa; Ángelo Scola, Patriarca de Venecia, Arzobispo electo de Milán ; y Ángelo Bagnasco, Arzobispo de Génova. Muchos impartirán doctrina en catorce grandes espacios como el Madrid Arena, el Palacio de Vistalegre, el Palacio Municipal de Congresos o el Ifema. Pero de entre todos ellos, que sepamos es Su Eminencia Reverentísima el Cardenal Arzobispo de Lyon y Primado de las Galias, Philippe Xavier Christian Ignace Marie Barbarin, el único que estos días se ha prestado en una rueda de prensa a improvisar respuestas.
Barbarin nació en Rabat en 1950 y fue creado cardenal por Juan Pablo II cuando solamente contaba 53 años de edad, algo insólito en un puesto en el que lo normal es cumplir los setenta y llegar casi a los noventa años. Aún hoy, después de ocho años de cardenalato, es el tercer cardenal más joven, tras el alemán Reinhard Marx y el húngaro Peter Erdö.
Si no es ‘pied noir’, lo parece. Su tez aceitunada, su cuerpo fibroso, son los de un meridional, murciano, tunecino, siciliano. Doctor en teología y filosofía, cabeza de una diócesis -la de Lyon- difícil, donde los católicos son pocos, muy pocos. Dicen que es buen predicador, y su oratoria y gestualidad desbordantes lo certifican incluso en el tête-à-tête. Habla con perfección absoluta el español, pero el fraseo y los énfasis a la francesa, dan a sus parlamentos un aire entre amable y ampuloso. Parece de carácter circunspecto, directo, poco amigo de carantoñas y esa falsa simpatía de que deben hacer gala los personajes famosos. Pero contagiado de una actitud curil, melosa e indescifrable, que es factor contundente en la anticlericalidad de hoy día.
Sin que tú se lo pidas, inicia una enorme exposición sobre la historia y las virtudes de estas J.M.J. que nacieron de rebote hace un cuarto de siglo, cuando Karol Wojtyla cavilaba como gran desafío de su papado como organizar el jubileo del año 2000 en Roma sin que la iglesia y la ciudad fueran desbordadas por la afluencia de peregrinos. Había que ensayar el manejo de las multitudes y lo adecuado era hacerlo con los jóvenes, los que resisten estos días el tórrido Madrid, los calores imposibles de un mediodía que nunca termina y se prolonga en 33º grados hasta la medianoche. Así nacieron las jornadas mundiales, y en cada edición fueron perfeccionándose hasta llegar a este despliegue de poder y eficacia que las convierten en acontecimientos masivos únicos en el mundo, comparables a la peregrinación anual del islam a La Meca.
Pero lo que nos trae hasta él no son curiosidades de ‘brochure’ sino la rara oportunidad de preguntarle en terreno neutral algo medianamente interesante a todo un cardenal de la iglesia católica, un personaje siempre misterioso para los profanos, un puesto en principio más complejo que el de un ministro o un banquero. Preguntarle si al margen del triunfalismo lógico y de la euforia resultante de este despliegue asombroso de seguidores por las calles de Madrid, las jornadas mundiales han proporcionado en las últimas décadas mayor incidencia cuantitativa y cualitativa de su institución entre la juventud, y cómo se engarza ello en un dictamen general sobre la salud del catolicismo en la primera década de este siglo. Visiones de conjunto desde una alta atalaya inaccesible a los demás mortales.
‘NO SOMOS UNA EMPRESA’
-‘No es una cuestión de resultado, no somos una empresa’, responde entre descripciones históricas que se remontan al tiempo de los romanos para ilustrar lo impredecible de la casi inabarcable historia cristiana. ‘Yo no tengo un plan, no podemos planificar, no sé qué puede pasar mañana; mi antecesor en la diócesis de Lyon gozaba de una situación privilegiada poco antes de que fuera guillotinado a finales del siglo XVIII. Había 600 seminaristas en mi diócesis cuando empezaba el siglo XX, yo tengo ahora sólo 61. ¿Es culpa mía o es el signo de los tiempos?. No somos una organización como las demás, la iglesia funciona por la gracia de Dios, pasa por persecuciones y renacimientos, qué sabemos de lo que pueda venir. El obispo de allí no podía prever que se aparecería la Virgen en Lourdes’.
Es una respuesta evasiva muy frecuente en estos tiempos entre las autoridades eclesiásticas. La tozudez de la decadencia ha erradicado primero los triunfalismos y después los optimismos. Pero nos parece que su eminencia Barbarin elude juzgar porque se sabe pesimista. Nos confesará -si se puede usar estar palabra en sentido genérico- que hace siete años tuvo una de las mayores conmociones de su vida consagrada, la lectura de un especial párrafo del nuevo catecismo en el que Ratzinger en persona había introducido la posibilidad de que hubiera nuevas persecuciones religiosas, de que la Iglesia pudiera llegar al borde de la desaparición. ‘Nunca lo había pensado; me causó mucho sufrimiento al principio, pero luego recordé que Cristo estuvo solo al final, abandonado por todos… Por eso insisto, la Iglesia no funciona con resultados, con cifras, lo que cuenta es la santidad. Era mi mensaje de la catequesis de esta mañana, llevar la palabra de Él en el corazón. Ésa es mi misión. Con ilusión, esa palabra española que me gusta tanto’.
Queremos que concrete, que nos cuente cosas desconocidas de los entresijos de ese aparato organizativo que es el mayor del mundo, que nos revele confidencias, que nos dé titulares, que al menos nos describa las preocupaciones en la cúpula por medio de los temas planteados en las tres cumbres cardenalicias especiales que el Papa Ratzinger ha convocado en sus seis años de ejercicio aprovechando los consistorios de creación de nuevos cardenales.
HABLANDO CON EL PAPA
– ‘Bueno, sí, fui invitado a los tres, en 2006, 2007 y 2010. Al segundo, no acudí porque estaba enfermo. Se celebran el día precedente a la ceremonia, el día entero; el Papa propone dos o tres puntos de reflexión, el año pasado fueron los anglicanos, el momento especial que vivimos con ellos, y las dos modalidades de misa, su conciliación. Un cardenal versado expone el estado de la cuestión durante un cuarto de hora y luego interviene quien quiera. Al final, el Papa abrió turno a preguntas sobre cualquier tema, y respondía o no, excusándose en este último caso en que debía reflexionar más sobre ello y agradeciendo el planteamiento. Por ejemplo, recuerdo muy bien que en 2006 propuso que nos planteáramos la situación de los eméritos, de los obispos jubilados, para que no se sientan inservibles y apartados. También comemos juntos entre las dos sesiones… Es algo sinodal, conciliario’.
EVANGELIZACIÓN Y JÓVENES
El gran desafío en estos momentos es la Nueva Evangelización, una especie de movilización general que el Papa ha convocado para recuperar a los que se han alejado, para ganar a los que nunca estuvieron, para no perder a los que resisten. Barbarin se muestra prudente, algo escéptico ciertamente. Recuerda que fue lanzada precisamente en España por Juan Pablo II, en 1982 cuando acudió a Santiago de Compostela. ‘Es algo nada fácil, en el mismo término hay un problema, porque parecería que lo antiguo no es bueno… Ya veremos lo que sale, pero lo nuestro es Jesús en Canaan, las palabras de los Evangelios, lo de siempre aunque no guste a la cultura contemporánea, pero hay que persistir sin obedecer sus exigencias. Las formas cambian pero el mensaje es el mismo’.
En cuanto a los socorridos jóvenes, a estas almas inocentes y estos cuerpos potentes que aguantan lo que les echen, a este agua pura que todos quieren llevar a su molino, Barbarin se acerca a la rabiosa actualidad cuando dice que indignarse es bueno, pero que luego hay que construir. Y cuando reconoce que siempre evangelizando entre niños y adolescentes a lo largo de su vida, constata que ahora hay que empezar por lo básico, a casi enseñarles a santiguarse, a iniciar el día con la señal de la cruz, pues ya no tienen a nadie que se lo enseñe.
Esto fue casi todo. No pudimos abordar los problemas de la iglesia francesa, que se ha mostrado bastante reticente a algunas de las últimas decisiones papales, como la retirada de la excomunión a los obispos lefevrianos. Mucho menos pudimos revisar los grandes problemas del catolicismo, la tensión entre primado y colegialidad, el vaciado de competencias en las conferencias episcopales, el método de nombramiento de obispos, la siempre pendiente reforma de la curia, el reforzamiento del gobierno central, otro hipotético concilio. Y definitivamente no hubo ocasión de siquiera insinuar la cuestión sucesoria.
ENTRE PAPABLES
El cardenal Barbarin puede ser considerado un papable de segunda fila. Fue más tenido en cuenta cuando la presión islámica e islamista parecía requerir conocimiento profundo de la otra mitad de la tradición abrahánica. Pero, un francés tras un alemán resultaría demasiado contracorriente y sobre todo, no aparecen razones de peso para ello. Sí será la madurez juvenil un factor importante tras la ancianidad sabia de Benedicto XVI. Suponemos que el arzobispo de Lyon conoce una novela de tema vaticano, mucho mejor que las habituales, publicada en su país en 2005 por un ‘insider’ muy enterado que firmaba con el seudónimo de Pietro di Paoli, y que se titulaba simplemente ‘Vaticano 2035′: es la historia de un cardenal joven y atípico que con el nombre de Tomás I es elegido de carambola Papa en un cónclave anómalo y revoluciona la iglesia tomando todas esas decisiones arriesgadas que se aplazan desde hace al menos medio siglo.
Una predicción hasta cierto punto lógica, teniendo en cuenta que el pontífice actual ha cumplido 84 años en el puesto y dedicado a aplicar el programa de su predecesor. ¿Y después de Ratzinger? (1) De nuevo algún italiano, como Ravasi, o sobre todo Angelo Scola. Otros dirigentes eclesiales con talla suficiente son el arzobispo de Viena, cardenal Christoph Schönborn, quien ya fue papable en 2005 y tiene 60 y tantos años, y el prelado croata Nikola Eterovic, secretario general del Sínodo de los Obispos, que es una de las más jóvenes figuras católicas de talla internacional y no llega a los 60. La figura ideal vuelve a ser un hispano americano estadounidense que aúne el poso de la monarquía católica con la supremacía ideológica del imperio actual. Pero ni el hondureño Maradiaga ni el valenciano Cañizares son anillos de ese dedo. Hay un capuchino en Denver, Charles Chaput, que es de origen franco-canadiense y pertenece a una tribu nativa. Siempre han sido inescrutables los caminos del Señor.
Philippe Barbarin ha publicado junto al filósofo laico Luc Ferry, un libro que se pregunta en su título si hay futuro para el cristianismo y qué futuro puede ser ése. Un teólogo creyente y un filósofo no creyente cara a cara. Como hizo el disidente Carlo M. Martini con Umberto Eco, o el mismo cardenal Ratzinger con intelectuales no creyentes.
Le hubiéramos pedido que nos explicara que quiere decir cuando dice: : “La misión y el futuro de la Iglesia es anunciar el Evangelio de la gracia de Cristo. Y estoy seguro que no lo hacemos suficientemente bien (…) ¿Qué ha de hacer la Iglesia hoy? Mostrar el rostro de Cristo, continuar sembrando el gozo del Evangelio, servir al hombre todo entero: espíritu, alma, cuerpo…’. ¿Todo entero? ¿Cuerpo?.
O que justificara por qué, si todos tenemos claro que como él repite ‘la calidad de nuestra vida humana no depende sólo de la salud o del éxito profesional. El hombre es también, y en primer lugar, un misterio de amor, acogida y donación’, por qué -decimos- cuesta tanto llevarlo a la práctica, hasta el punto de que es imposible salvo para los invisibles santos.
Recordemos dos frases suyas interesantes: ‘Ser cristiano, he aquí mi futuro (…) Porque, de hecho, aún no lo soy verdaderamente”. Y, “el fundamento de la vida de la Iglesia es la gracia, nunca la cantidad. Y la gracia tiene una lógica totalmente diferente”. Hay otra del conocido apologista católico Vittorio Messori que en 2007 se planteaba: ‘A veces tengo la impresión de que el Papa es un jefe sin tropas’. Y otra más, ésta precisamente del jefe de la institución y de ese ‘staff’ del que forma parte nuestro amigo Barbarin, un equipo siempre demasiado humano: ‘Sólo a través de hombres que hayan sido tocados por Dios, Dios puede volver entre los hombres’, dijo en la histórica abadía benedictina de Subiaco mientras su antecesor agonizaba.
Apostilla: Philippe Barbarin estuvo nominado a la mención ‘manager del año’ del semanario ‘Le nouvel economiste’. Finalmente, sólo consiguió la de “Régulateur de l’Année” que premia a la personalidad que haya contribuido de manera más dinámica y activa a resolver los problemas sociales.
(1) Ver ‘Después de Ratzinger, qué: balance de su pontificado y desafíos de su sucesión’, José Catalán Deus, Editorial Península, Madrid, 2009.
http://blogs.periodistadigital.com/infordeus.php/2011/08/18/p300476#more300476