A mediados de la década de los cuarenta del siglo pasado, doña Juana Sosa, la madre de Juan Domingo Perón, fue a tomar mate varias veces a la casa de mi abuela materna, Agustina, en Buenos Aires. Por entonces yo tenía menos de veinte años y aquello no me interesó, por lo que ahora y con el paso del tiempo ese recuerdo se ha hecho borroso. Conservo la memoria de que mi abuela decía que doña Juana era “bajita, regordeta, achinada y muy paisana”,- es decir que tenía rasgos indígenas -, y que llevaba en su cartera un puñado de tarjetas firmadas por su hijo con las que sus amigas y conocidas podían abrir puertas en oficinas públicas y obtener pequeños favores o acelerar algunas gestiones administrativas. Se habían conocido “cuando éramos puesteros, jóvenes y con hijos chiquitos”.
“Los orígenes de Juan Perón y Eva Duarte”, obra de Ignacio Martín Cloppet, un trabajo de investigación ejemplar y en muchos aspectos definitivo, me sacó aquellos recuerdos del hondón de mi vida. Digo que es una aportación ejemplar porque es objetiva, en cuanto se apoya en decenas de documentos hasta hoy inéditos y testimonios orales que el autor transcribe con fidelidad, analiza e interpreta; descubre importantes aspectos sobre los que se fundamentó la vida de estas dos sobresalientes personalidades de la historia argentina, acaba con mitos, leyendas y versiones – oficiales unas, partidistas, tendenciosas y sesgadas otras – , relacionadas con ellos. Una obra honesta, porque a lo largo de ella Ignacio Cloppet se formula más de una vez preguntas en torno a aspectos oscuros, muchos de ellos intencionadamente oscurecidos por la familia o los dos biografiados, y cuando no encuentra una respuesta lógica o, racional, lo admite y deja constancia de ello.
Volvamos a mis brumosos recuerdos: “ cuando éramos puesteros, jóvenes y con hijos chiquitos”, frase que yo entendí como que el matrimonio Perón-Sosa y sus dos hijos y mis abuelos maternos, el matrimonio Olabarriaga- Navarro, tenían un “puesto”, es decir un rancho en una hacienda o estancia y se ocupaban de cuidar animales y trabajar la tierra.
Años antes, en 1894,en Guernica ( Vizcaya ), los Olabarriaga y sus primos los Navarro decidieron resolver sus diferencias casando a José Ignacio Olabarriaga, que había emigrado años atrás a Argentina con Agustina Navarro, destinada a ser la heredera del caserío que los enfrentaba. No se pidió el parecer de la pareja, ni se tuvo en cuenta que José Ignacio tenía 35 años y Agustina 18 y estaba enamorada de un pariente que después llegaría a ser un famoso médico de Bilbao. José Ignacio vino, se casó, y se llevó a aquella muchacha. Al cabo de cuatro semanas de navegación llegaron a Buenos Aires y en la carreta del vasco Cipriano Guereño que ahora se conserva en el Museo de Historia de Luján, marcharon a un puesto de la estancia “La criolla”, en el partido de Veinticinco de Mayo. José Ignacio murió once años después en esa localidad y su esposa, viuda y con dos hijos, uno de once años y otra – mi madre- de ocho, siguió unos meses en “La criolla”, una estancia donde trabajaban cuarenta y cinco peones. Era una vasca bonita, de 28 años y de una rigurosa formación católica y no entendía ni admitía – ni entonces ni nunca – ese machismo que destilan tantos documentos que nos da a conocer Cloppet en su obra. Dejó la estancia y se fue a vivir a Veinticinco de Mayo y pronto mejoraron sus vidas. Mi tío se convirtió pronto en un gran almacenero,- aunque no llegó a ser un oligarca, como tantos otros que hoy tienen nombres de calles y estaciones de Subte en Buenos Aires- , y mi madre fue profesora. Eran los años en que Argentina crecía y se desarrollaba económica y socialmente a un ritmo superior al que hoy lo hacen los “tigres asiáticos” y se pensaba en Europa que estaba llamada a convertirse en una de las potencias mundiales.
Muchos años después, a partir de 1963, yo hablaba de aquella época con Juan Domingo Perón, que vivía en el barrio madrileño de Puerta de Hierro, y me refería a las mateadas de su madre doña Juana y mi abuela Agustina, tratando que me contara sus recuerdos de infancia.
“Cosas de comadres” me cortaba Perón, a quien no le gustaba abordar el tema. Durante una década veía yo a Perón al menos una vez cada quince días. La mayor parte de aquel tiempo yo fui el único periodista que tenía acceso regular a “la quinta”, como la conocíamos los argentinos. No una sino varias veces volví a sugerirle que me relatara anécdotas de su niñez en Lobos y en la Patagonia, o me hablara de unos vecinos de mi pueblo natal, el ya mencionado Veinticinco de Mayo, que decían ser primos suyos: “Pregúnteselo a Enrique Pavón Pereyra, que sabe muchíiisssimo de eso”, me respondía secamente. Una vez, irritado, me dijo: “Háblele a Pavón, que lo sabe todo, hasta la escupidera que tenía yo cuando era chico”.
Enrique Pavón Pereyra, el primero de los historiadores de Perón[1], sostenía que Juan Domingo Perón había nacido en Roque Pérez y aquello había contribuido a confundirme, pues mis abuelos vivieron allí unos meses en otra de las estancias que tenía por la zona el Dr. Luna – el dueño de “La criolla”. A eso se añadían los supuestos primos de Perón que vivían en mi pueblo y que luego supe que se trataba de Doña Francisca Toledo Aguirre, madrina de bautismo de Perón.
Leyendo la obra de Ignacio Cloppet y las luces y sombras de los orígenes de Perón y los de Evita, he logrado entender el por qué de aquellos silencios y evasivas, algunos de sus “petits secrets”. Cloppet.
Juan Domingo Perón, el tres veces presidente de los argentinos elegido en elecciones rigurosamente democráticas, era biznieto del genovés Tomás Marius Perron y de la inglesa Ana Hughes Mackenzie, que llegaron a Buenos Aires a mediados del siglo XIX y se dedicaron al comercio. El mayor de sus hijos, Tomás Liberato, llegó a ser un conocido médico y diputado conservador, que se casó con Dominga Dutey, descendiente de vascos franceses; lo hizo años después de que nacieran sus hijos, regularizando así su situación. Uno de éstos fue Mario Tomás, un joven un tanto tarambana, que se fue a vivir en Lobos, en la provincia de Buenos Aires y tomó por compañera a joven Juana Sosa Toledo, una india tehuelche que era su cocinera. El segundo de los hijos de la pareja – que nunca contrajo matrimonio, fue bautizado por su madre con el nombre de Juan Domingo[2].
Algo por el estilo sucedió con Maria Eva Duarte – Evita -, descendiente de vascos franceses, los Uhart y los Ibarguren. Su padre, Juan Duarte (el apellido Uhart había cambiado en Duarte por uno de esos errores que se cometían en los registro civiles, sobre todo en otros tiempos) se casó con Adela Uhart [3] y tuvo con ella catorce hijos. Don Juan, un rico terrateniente del noroeste de la provincia de Buenos Aires, tenía una “casa chica”, o segunda familia, con doña Juana Ibarguren, también de origen vasco francés, con la que tuvo cinco hijos, la menor de ellos Maria Eva, que sería la segunda esposa de Perón[4]. Don Juan Duarte murió en un accidente de automovil[5] cuando se dirigía a Los Toldos a llevar los regalos de Reyes a los hijos extramatrimoniales que tenía con doña Juana Ibarguren. Si bien era frecuente que los ricos terratenientes tuvieran una segunda familia ilegítima, – más aun era un signo del machismo de la época, la condición de hijo natural y pobre era un estigma. Ese fue uno de los “petits secrets” de Evita.
Mis conversaciones con Perón
Yo me había dado cuenta que para tener acceso a la “quinta de Puerta de Hierro” , la residencia de Perón en Madrid y no ser nunca un plumífero del general, debía mantenerme a cierta distancia de él, quiero decir guardar mi independencia ,y contar menos de lo que escuchaba y veía.
Dice uno de los personajes de “La porte étroite”, de Andrés Gide, que la vida del hombre está formada de “quelques petits secrets”, que la clave para entender una vida de todo hombre, de cualquier hombre, reside en esos “petits secrets”. De todo hombre, pero especialmente de los hombres políticos, a los que no les gusta que se hable de su historia y vida privadas, salvo aspectos de una hagiografía laica reflejados con imágenes y anécdotas.
En el caso de los orígenes de Juan Perón y Eva Duarte, después de lo que he contado se comprenden muy bien las evasivas y silencios de Perón y la falta de fundamento de muchos detalles relatados en algunas biografías que gozan del mayor prestigio.
Al menos un par de veces rompí esas reglas no impuestas por Perón, sino tácitamente establecidas y guardadas por ambas partes : la primera cuando en el domicilio del doctor Flores Tascón[6], María Estela Martínez se convirtió en la tercera esposa de Perón, contrayendo un matrimonio secreto tal como lo prevé el Derecho Canónico, y la segunda en el mismo escenario, el número 53 de la calle Cea Bermudez, cuando arrodillado ante el obispo de Madrid Alcalá le fue levantada la excomunión latae sententiae en la que había incurrido en 1954 al expulsar a dos obispos auxiliares de Buenos Aires.
Perón se enojó conmigo aplicándome un castigo parecido al que le imponía el general Franco cuando iba más allá de una actividad política que desbordaba su carácter de asilado. Franco le mandaba entonces un motorista o un funcionario de tercer rango que “lo invitaba” a tomarse unas vacaciones lejos de Madrid por varias semanas y Perón se veía obligado muy a su disgusto a pasar una temporada en la Costa del Sol o en las Rías Bajas. Cuando volvía, mientras tomábamos un cafecito en su pequeño despacho de trabajo, Perón aludía a Franco con aquella ironía salpicada de dichos criollos, de la que era un maestro. Sabía que yo no iba a reproducir las frases. Y nunca me hizo comentario alguno sobre la política española. Eran las reglas del juego.
Él también rompió las reglas del juego, pero no conmigo, sino con el general Franco. Fue en junio de 1973, cuando el Dr. Hector Cámpora, elegido presidente de la República por una abrumadora mayoría peronista, vino a buscar “al Lider” en su primer viaje oficial al extranjero. Lógicamente debía entrevistar con el general Franco, con quien se acordó que acudiría acompañado por el exiliado de Puerta de Hierro. Aquel día, 18 de junio, entraba yo a las 11 de la mañana en la “quinta de Puerta de Hierro” al mismo tiempo que Cámpora y su comitiva. Para sorpresa de todos Perón nos invitó a tomar unos cafés, demostrando no tener ninguna prisa en ir al palacio del Pardo y nos entretuvo “charlando de bueyes perdidos”, mientras los demás nos mirábamos inquietos, impacientes. Por fin, al cabo de casi una hora, Perón se puso de pie y dijo “vayamos a ver al Generalisimo”. Yo entré con Campora, Perón y cuatro de los ministros y fui testigo – el único periodista testigo – del momento en que Perón estrechaba por vez primera en su vida a Franco. Subrayo el hecho: fue la primera que se encontraron en su vida y fue con un retraso de una hora. “La sopa de la venganza se sirve fría”, solía decir Perón, que nunca le perdonó a Franco que le aplicara con cierto rigor las normas que rigen para los asilados políticos. Y es que Franco y Perón eran dos personas de una historia, una ideología y un carácter distintos. Éste también es un “petit secret”, pero no privado, sino político.
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[1]. Llegó a España en 1956, huyendo de la dictadura del general Aramburu; con él vinieron el historiador José María Rosa y el que luego sería periodista Enrique Oliva. La segunda oleada y mucho mas numerosa oleada de exiliados argentinos se produjo en 1975, a raíz del golpe militar que depuso al gobierno de Maria Estela Mártinez.
[2] .-Tomás Perón no apareció por la iglesia y solo años después pasó por el registro civil para reconocer como naturales a Avelino y Juan Domingo, los dos hijos que tuvo con su criada.
[3] .- Aunque tenían el mismo apellido y sus antepasados procedían de la misma aldea vasco francesa, Lapiste, no eran parientes próximos.
[4] .- En España se cree que Perón tuvo dos esposa, popularmente llamadas Evita e Isabelita. No fue así.. Antes que ellas se casó en 1929 con Aurelia Tizón, quien falleció en 1938. El matrimonio con Maria Eva Duarte tuvo lugar en 1945; murió en 1952. ·l matrimonio con Maria Estela Martínez se celebró en Madrid, como luego diremos…
[5] .-El 6 de enero de 1926.
[6] .- José Flores Tascón, teniente coronel médico, fue uno de los fundadores de la Geriatria en España. La amistad con Perón se prolongó prácticamente durante los 12 años que éste vivió exiliado en Madrid.