Por Said Ida Hassan
Por su papel relevante en la transición política hacia un modelo democrático pactado entre partidos, facciones y grupos enfrentados en una guerra fratricida, el rey Juan Carlos encarnaba el pilar central de un difícil equilibrio político en un país que acababa de salir de la dictadura y un pueblo malherido después de una de las peores guerras civiles en la historia contemporánea.
La España de los años 70 y 80 y la monarquía española representaban para muchos países – a pesar de la memoria sesgada y de las muchas asignaturas pendientes de la transición democrática – un ejemplo de cómo pasar página y caminar desde el absolutismo más salvaje que reinaba en muchos países del tercer mundo hacia una democracia incipiente.
La monarquía española encarnaba en los años 80 y hasta principios del siglo XXI, un modelo de éxito económico, tras el ingreso del país en la Unión Europea. Pasar de ser un país tercermundista en los años 70 a ser la octava economía mundial a finales de los años noventa daba envidia hasta a los países más desarrollados del viejo continente.
Durante la primavera árabe, uno de los eslóganes y demandas que coreaban los manifestantes en las calles en los países monárquicos como Jordania o Marruecos era “queremos una monarquía parlamentaria”. El modelo monárquico español estaba a punto de ser homologado por países como Marruecos cuyas élites presentaban a la monarquía borbónica como el modelo más cercano a la realidad marroquí.
Los intelectuales hispanófilos en Marruecos que defendían tanto el modelo de Estado como el modelo de organización territorial española y los presentaban como ejemplo a seguir – evidentemente con matices – están en estos momentos perdidos ante esta avalancha republicana y este impulso independista en Cataluña y en el País Vasco que amenazan con eliminar del mapa al “modelo español”.
Sin embargo, este capital adquirido, y esto es una lección también del presente de la institución monárquica española, el apoyo y la simpatía popular es un capital que no es eterno ni inamovible; esto es un cheque en blanco. La mala gestión y los errores evidentes de la Casa Real acabaron minando la confianza de los más afines, provocando la indiferencia y hasta la indignación de los menos entusiastas, y dando munición a los convencidos republicanos. todo un ejemplo de que el capital moral de las instituciones se tiene que ganar cada día a base de su papel como ejemplo que encarna los valores de la sociedad.
En definitiva, el gesto de Rey es todo un ejemplo de su talante moderno, abierto y poco dado a las anquilosadas costumbres reales. Las cosas deben cambiar cuando se siente que la brecha con los ciudadanos se ensancha, pero que ésta última no se convierta en un abismo insalvable. Toda una lección para los que se presten a contemplarla.