Es increíble como detrás del esférico, en el campo, equipos de culturas diferentes rompen barreras. En las tribunas desaparecen las diferencias raciales e idiomáticas. Las imágenes cautivan al fanático que acaba pendiente del jugador que corre tras su objetivo, marcar el gol ansiado.
El fútbol es como la vida. Correr detrás de la pelota no es sencillo, te patean, golpean, empujan, alguien te jala de un brazo, porque todos desean apoderarse de ella y colocarla dentro del arco, necesitan el reconocimiento de la tribuna. Un partido es una lucha encarnizada entre dos equipos contrarios.
Me pregunto: Cómo sería el planeta si con un caudal de energía semejante al que moviliza este deporte, se tratara de cohesionar ideas para impulsar a un país en crisis. Sería posible encontrar formulas para superar la desigualdad, el desempleo, la pobreza.
El fútbol en países con altos niveles de violencia y pobreza es un anestésico ideal y estos días hace vibrar y vitorear a millones en directo o delante del televisor, equivale al circo de los romanos. Al producir la adrenalina necesaria para olvidar momentáneamente los problemas que enturbian la tranquilidad personal. Detrás de cada selección que intenta salir vencedora el ciudadano común ve reflejada su propia batalla por el día a día, que exige ser competitivo y debe ponerse la camiseta del ganador.
Este mundial es un anciano con más de un siglo a cuestas, que arrastra su propia historia y que tuvo origen en Europa y en las canchas se han escrito páginas inolvidables. Antes que el Milagro de Berna protagonizado por los alemanes les permitiera ganar su primera copa, la gente escuchaba su partido narrado por la radio, tener televisor era un lujo.
En esas épocas se produjeron hechos insólitos como la imposición de Mussolini a su seleccionado a usar el uniforme color negro o el rechazo al saludo nazi en este escenario. Siempre hubo episodios de violencia, algunos bochornosos. Es el anfiteatro de los elegidos donde exhibieron su talento y genialidad figuras como Pelé, Garrincha, Johan Cruyff, Beckenbauer, Ronaldo, Zidane, Eusebio, Maradona, y estos tiempos tienen sus ídolos, Messi, Neymar, Zlatan, Klosse, etc.
El fútbol es usado por los políticos para atraer concentraciones masivas. Igual surgen protestas, como contra la dictadura argentina, y aunque Brasil respira fútbol en sus calles, millones de cariocas viven en favelas, atrapados por la miseria y mafias, donde reina la ley del más fuerte. También hay descontento, porque construir un estadio representa una inversión millonaria, porque en este país aunque sus gobernantes apuesten por el apoyo social es un privilegio tener educación superior. Los humildes están conscientes de que el fútbol es una industria, pero los éxitos de su país no han cambiado su realidad.
Cada joven latinoamericano es un jugador en potencia y el fútbol su religión en esa parte del mundo y muchos astros que hicieron pinitos con pelota de trapo llegaron al balón de cuero por la senda del triunfo.
Dora Fernández