Por: Dora Fernández Velasco
Estamos sumidos en profundas reflexiones, consecuencia de días duros que nos hacen temer el futuro. Recién advertimos que somos diminutos, casi como un granito de arena en el mar. Estas horas de angustia, los humanos sacan a flote sus mejores y peores sentimientos. Mas allá del respeto que suelen inspirar todas las religiones, creo que Dios está molesto por tanto egoísmo y desigualdad, violación de los derechos humanos y ausencia de fraternidad.
El COVID 19, nos ha sacado la venda de los ojos, mostrándonos que el mundo va por barrios, es decir que cada continente tiene su propia realidad. Pese a que esta epidemia era inimaginable, en los medios comprobamos que los países más desarrollados están en condiciones de hacer mayor cantidad de pruebas y ventiladores, además de proveer a su población de mascarillas y ofrecerles la ayuda que les permita seguir para adelante.
Muchos de esos países han sobrevivido a guerras y epidemias, la mayoría ha alcanzado altos niveles de desarrollo a cambio de altas cuotas de sacrificio, estudio, disciplina autopersonal. Este patógeno nos ha puesto a todos a prueba, nuestras vidas están en riesgo y necesitamos sobrevivir no sólo al contagio o la enfermedad, sino al dolor que nos ocasione perder seres queridos y sobreponernos a la impotencia de ver como se evaporan nuestros recursos.
Dentro de este contexto millones hemos restringido nuestros movimientos para protegernos y ponernos a salvo del contagio, pero la modernidad nos ha dotado de herramientas para comunicarnos con las personas que amamos. Lo que no sucede con aquellas personas que al estar confinadas en prisiones y moverse en función a reglas espartanas, su soledad y encierro los convierte en seres vulnerables.
Nadie lo esperaba, pero estaba escrito que tendría que ocurrir una hecatombe de esta naturaleza para mostrarnos finalmente que sólo somos personas de carne y hueso, que si a algo tememos es a morir.
Es dramático observar que dentro de este mar de sufrimiento que ha traído esta pandemia, algunas potencias y políticos del mundo sigan negociando, discutiendo y mostrando su lado más insensible frente a esta triste realidad. Es innegable que algunos países europeos como Italia tenían una economía endeble, pero no se puede condicionar a quienes más sufren y sólo son víctimas de una tragedia que envuelve a todo el planeta.
Pese a todo el desastre y dolor universal nada es tan gris, quizás luego de esta pandemia que afectará la economía mundial surgirá un nuevo orden, donde las desigualdades no sean insalvables. Esta imprevisible situación que nos ha hundido en la desesperación, también ha puesto en evidencia aunque en casos aislados, que aun existe la compasión, empatía y solidaridad entre los humanos.
Esta pascua de resurrección, nos sentimos frágiles y realmente desamparados, hoy los quiero invitar a agradecer cada día de vida, con o sin sol, comida, familia porque definitivamente es el mejor regalo que hemos recibido y al parecer no nos habíamos percatado de ello hasta hoy.