Reflexiones sobre EUROPA
Europa: Tiempo de oportunidades
Por Carlos Carnero*.- | Febrero 2018
Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos,
la edad de la sabiduría, y también de la locura;
la época de las creencias y de la incredulidad;
la era de la luz y de las tinieblas; la primavera
de la esperanza y el invierno de la desesperación.
‘Historia de dos ciudades’, Charles Dickens.
La Unión Europea (UE) tiene por delante la posibilidad de seguir profundizando su integración e incluso de culminar su unión política, tras un ciclo en el que no se han cumplido los peores augurios.
¿Cuáles eran los peores augurios? Que los populistas ganaran las elecciones en países clave, que el Brexit encontrara estados imitadores, que no se volviera al crecimiento económico y que las opiniones públicas siguieran poco entusiasmadas con las potencialidades de la UE.
En efecto, los populistas no han ganado las elecciones en Austria, Holanda, Francia y Alemania. En algunos casos, se han quedado por debajo de sus expectativas, que habían llegado a ser muy altas en los sondeos.
En Austria ganó las presidenciales el candidato progresista. En Holanda Wilders se quedó muy lejos de lo que esperaba y se formó un gobierno europeísta de centro-derecha. En Francia arrasó en la segunda vuelta Macron, que hizo toda su campaña ondeando la bandera europea. Y en Alemania probablemente tenga continuidad el Ejecutivo CDU/CSU-SPD, pero esta vez con un contrato muy proactivo en lo europeo y dos líderes, Angela Merkel y Martin Schulz, comprometidos con el fortalecimiento de la UE.
El Brexit, por su parte, no encontró imitadores y, por el contrario, ha demostrado la capacidad de Europa para actuar con claridad, determinación y unidad. El problema, ahora, está en el campo británico, con un gobierno incapaz de salir airoso de un laberinto en el que nunca se debió entrar, un parlamento difícil de dominar y una opinión pública cada vez más crítica, que demanda crecientemente un nuevo referéndum para volver sobre la decisión adoptada en 2016 o una consulta para ratificar o rechazar el acuerdo de salida.
De la crisis que comenzó en 2008 y arrasó durante más de un lustro a muchos países miembros se empieza a salir con la recuperación del crecimiento económico en prácticamente todos los sectores, incluyendo los industriales.
Finalmente, en el debate sobre la utilidad de la UE van avanzando posiciones quienes tratan de demostrar que en la época de la globalización y la fase de Donald Trump en la Casa Blanca, los nacionalismos, los populismos y la desinformación, la Europa comunitaria es un baluarte que de no haber sido creado hace seis décadas debería inventarse con urgencia. Avance al que han ayudado decisiones de gran importancia de las instituciones: para promover el comercio mundial, luchar contra el cambio climático, proteger los derechos de los consumidores y favorecer la competencia leal frente a las grandes corporaciones de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, por ejemplo.
Pero atención: el incumplimiento de los peoresaugurios no significa que algunos preocupantes, en una escala menor pero negativa, no se hayan hecho realidad.
Los ultraderechistas del FPO, años después de Haider, están de nuevo en el poder en Viena, en coalición con los democristianos. Marine Le Pen reunió millones de votos y solo pudo ser derrotada en la segunda vuelta gracias a que funcionó mal que bien la coalición republicana. El crecimiento de Alternativa por Alemania ha llevado a casi un centenar de sus parlamentarios al Bundestag, al acecho de seguir incrementando sus votos. Los checos acaban de reelegir presidente al euroescéptico Zeman y los gobiernos de Varsovia y Budapest continúan haciendo de las suyas. Y todavía viviremos semanas con la incógnita de qué pasará en las elecciones italianas de marzo, en las que el Berlusconi aliado con la extremista Liga Norte podría convertirse en árbitro de la situación.
Negociar bien el Brexit no significa obviar que la salida del Reino Unido –de producirse finalmente- será la primera en toda la historia de la construcción europea y que no tener a ese país como estado miembro debilitará a la UE en todos los terrenos: geoestratégicos, económicos y comerciales, de seguridad y defensa, presupuestarios, entre otros muchos. Sin olvidar la cada vez más evidente brecha entre el euroescéptico liderazgo laborista y sus bases electorales mayoritariamente preeuropeas, cuando las encuestas sitúan al partido en condiciones de alzarse con el triunfo en unas próximas generales.
Identificar el crecimiento económico con el fin de la crisis sería tanto como engañarse a uno mismo, porque no se está saliendo de ella en términos europeos. Hacerlo en esos términos significaría crecer creando empleo de calidad, con salarios suficientes, sin rebajar las condiciones laborales ni debilitar el estado del bienestar, garantizando así las pensiones públicas, evitando la generación de bolsas de pobreza y el crecimiento de la desigualdad. Algo que no solo sería coherente con el modelo social que nos caracteriza, sino objetivamente necesario para la sostenibilidad económica y social a cualquier plazo.
Y si es verdad que en el debate público los proeuropeos van ganando, no es menos cierto que lo están consiguiendo a los puntos y con los niveles más modestos de confianza en la UE que se recuerdan. Eso sí con excepciones especialmente esperanzadoras como España, donde la opinión pública ha repuntado en su europeísmo de forma espectacular, bien es cierto que como consecuencia de la firmeza comunitaria frente al separatismo catalán.
Así que la UE no está en el mejor de los tiempos, pero tampoco en el peor, pues en realidad se encuentra en un momento de oportunidades. De cómo se aproveche o se malgaste ese momento dependerá el futuro de la Unión y de nuestras sociedades.
¿Qué pasos deben darse para acertar o, al menos, para no fracasar?
El primer paso es evitar el contagio y el repliegue, pues sería un craso error tratar de contener o derrotar al populismo con el apaciguamiento, que podría manifestarse de dos formas: aceptando parte de sus planteamientos (por ejemplo, en interculturalidad, migraciones y refugio, derechos civiles o comercio internacional) o rebajando al máximo los objetivos propios.
Por el contrario, la UE debe plantearse un avance cualitativo hacia la unión política en sentido federal. Solo haciéndolo estará en condiciones reales de responder a las necesidades de la ciudadanía europea. Que nadie se equivoque, esto no es andarse por las ramas, sino lo más concreto que puede proponerse: dotar a la Unión con los procedimientos de toma de decisiones más democráticos y eficaces, con las competencias que hoy no tiene y sin las que le es imposible actuar en muchos terrenos, y con recursos propios suficientes para intervenir con garantías. Esto significa expandir al máximo la mayoría cualificada y la codecisión entre el Parlamento Europeo y el Consejo; completar la unión económica y monetaria y definir una verdadera Europa social en la que las normas estén a la altura del mercado único (contemplando un Tesoro comunitario, eurobonos, armonización fiscal, salario mínimo y seguro complementario de desempleo europeos, plena igualdad para los trabajadores desplazados, equiparación de remuneraciones entre las mujeres y los hombres, entre otras cuestiones); acordar un Marco Financiero Plurianual suficiente y, por lo tanto, sustancialmente por encima del actual, en el que se equilibren las grandes partidas, favoreciendo la Europa de la innovación, el desarrollo y la investigación que necesitamos al tiempo que se mantiene el esfuerzo a favor de la cohesión económica, social y territorial y se garantiza la suficiencia alimentaria.
Un proceso de reforma constitucional que girara en torno al referente político y temporal de las elecciones al Parlamento Europeo de 2019 (en las que ya podríamos y deberíamos contar con listas transnacionales) sería el marco preciso para perfilar todas esas decisiones. Proceso a impulsar por una vanguardiaformada por el eje franco-alemán de Macron-Merkel-Schulz, los grandes países europeístas de la Unión (como España) y las instituciones comunitarias.
El segundo paso es reformular con parámetros europeos la salida de la crisis. El crecimiento es imprescindible, por descontado, pero debe favorecer a todos adecuadamente: la recuperación de beneficios debe ser paralela a la de los salarios; la reducción del desempleo con la creación de puestos de trabajo de calidad debe ser prioritaria, al igual que la superación del mileurismo y la brecha de remuneraciones entre el hombre y la mujer; lo mismo que es imprescindible una política de choque contra la pobreza y la exclusión. Todos esos elementos deben formar parte de una política económica europea centrada en la potenciación de la demanda interna y, por tanto, de gasto del superávit por parte de quienes lo han acumulado durante todos estos años, como Alemania. En otras palabras, es preciso abandonar la austeridad por la austeridad y sustituirla por el crecimiento con responsabilidad.
Por cierto, es precisamente en ese terreno en el que cobra especial relevancia el esfuerzo de la dirección del SPD por renovar la coalición con Merkel, pues la participación de los socialdemócratas en el Gobierno en Berlín es la condición necesaria para introducir flexibilidad en la postura alemana sobre la política económica europea, incluyendo el impedir que la sustitución de Mario Draghi al frente del BCE conlleve el retorno de esta institución clave a la ortodoxia monetaria.
En el camino planteado, la UE debe ser muy clara ante Londres: toda la disposición para dejar el Brexit sin efecto, pero toda la exigencia para que los enormes beneficios de la unión aduanera y el mercado único sean exclusivamente para los estados miembros de la UE o para aquellos que, sin serlo –caso de Noruega-, acepten las normas comunitarias y contribuyan convenientemente a su presupuesto. No caben medias tintas.
Recuperar el más amplio apoyo ciudadano para la construcción europea puede conseguirse combinando el efecto demostración –mirar hacia fuera y ver, por ejemplo, a Trump es un gran ejercicio- con la capacidad de ilusionar gracias a nuevas ideas y proyectos ambiciosos. No se trata únicamente de que los europeos comprueben a diario que su nivel de vida material mejora gracias a las decisiones de la UE. En el debate público, tanto o más importante es subrayar la importancia de los valores que nos definen y nos inspiran en nuestra vida cotidiana, de los derechos que hemos conquistado como europeos y que son irrenunciables Es por ello que en este tiempo de oportunidades librar un combate de ideas es más que nunca necesario, porque solo con el pensamiento se puede vencer a la mentira y la demagogia.
Ahora solo –¡solo!– falta la voluntad política para hacer lo que corresponde y aprovechar este tiempo de oportunidades para la UE. Y en eso, el papel de los europeístas y de los progresistas –empezando por los españoles- es más que relevante. Para lo que deben confiar plenamente en la potencialidad de Europa y de la democracia y, recordando que ‘el mal triunfa si los hombres buenos no hacen nada para impedirlo’, actuar en consecuencia.
* Carlos Carnero es Director Gerente de la Fundación Alternativas y profesor en el Máster en UE de la Universidad CEU San Pablo. Ha sido Eurodiputado (1994-2009)