Carmen Pérez de Armiñán: La inversión en corresponsalías se ha reducido

La decana de la Facultad de Ciencias de la Información, Carmen Pérez de Armiñán, interviene en el Encuentro de Corresponsales ENACPEN 2, como ponente de la mesa «Cambios y tendencias en la profesión periodística y corresponsalías 2013-2015 e imagen exterior de España». ENACPEN 2 tuvo lugar el 8 de octubre de 2015 en IE Business School.

La organización me ha pedido una rápida reflexión sobre lo que podría ser el futuro del periodismo y de los corresponsales. Si hay probablemente una cosa segura, es que el futuro dependerá de lo que se quiera y lo que se pueda hacer en el presente. El futuro, desde luego, no está predeterminado. Ahora bien, lo previsible, si miramos hacia el pasado, es que ese futuro sea diferente para cada país y para cada medio, y, desde luego, ese futuro, puede ser brillante o puede ser espantoso. Poco o nada tienen que ver los grandes medios, viejos, nuevos, tradicionales, digitales, con los más jóvenes y pequeños que están apareciendo. Rumber, aunque joven, compite con las cadenas y los periódicos más poderosos en número de corresponsalías. Los más fuertes, con recursos suficientes para adaptarse e invertir, resistirán mejor. La transición, calificada por muchos de revolucionaria, de aquellos medios más pequeños obligados a buscar nichos en unos cuantos miles de suscriptores, a competir por ayudas y subvenciones, tanto públicas como privadas, y a luchar por la publicidad—desde luego, una publicidad cada día menos fiel y mucho más repartida.

Grandes y pequeños pueden, y deben, complementarse. Digitales, pequeños y especializados en periodismo de investigación con colaboradores en docenas de países. Que trabajan y están produciendo trabajos de gran calidad. Algunos de ellos ya premiados con Pulitzer y que son publicados, además, por los grandes medios tradicionales. Piensen en Wikileaks o en Snowden, personas particulares—desde luego héroes para algunos, traidores para muchos—hacen llegar  miles o incluso centenares de miles de documentos de gran interés a los medios tradicionales más influyentes.

Sobre los corresponsales, es evidente que en los últimos años se ha producido un cambio notable. La imagen que transmite el cine o la literatura hace tiempo que quedó claramente obsoleta. La inversión en corresponsalías, en muchos medios importantes, se ha reducido. Los salarios, como muy bien apuntaba Elsa, se han tenido que ajustar drásticamente a la baja. Se han multiplicado el número de corresponsales freelance que cobran por pieza cantidades inferiores a las que se pagaba hace cuarenta años. Un ejemplo, por cada crónica de un corresponsal de EFE, que desde lugares donde RTVE carecía de corresponsales, se pagaba, en 1985, alrededor de lo que entonces eran siete mil pesetas—cuarenta euros aproximadamente. Hoy, los digitales de los principales periódicos españoles, pagan, no ya setenta euros, sino poco más de la mitad de esos cuarenta euros. Si pensamos lo que ha subido el coste de la vida, pues verdaderamente, la precariedad a la que hemos llegado es realmente terrible. Hasta tal punto que hoy no se puede vivir de ello. Y, por supuesto, mucho menos financiar por cuenta propia las coberturas en el extranjero. No digamos ya, si hablamos de coberturas en países en conflictos, en los que se están asesinando más de cien periodistas cada año y, probablemente, desde hace demasiados años.

Simplemente voy a citar dos ejemplos de crisis en las corresponsalías haciendo referencia, probablemente, a las dos guerras más importantes del primer decenio del S. XXI. ¿Cuántos corresponsales españoles las han cubierto de forma permanente pasados los primeros momentos? En Afganistán sólo quedó una persona, Mónica Bernabé. Y no porque la enviase, desde luego, ningún medio español, sino porque se fue de voluntaria con una ONG y, una vez allí, se convirtió en colaboradora fija, permanente, de El Mundo. La otra guerra importante es Iraq. En Iraq la situación es aún peor. Fue, posiblemente, la guerra mejor cubierta por número de enviados españoles, pero, eso sí, transcurrido ese momento, esa euforia inicial, no quedó ni uno solo con carácter permanente. Pero eso también está pasando en otros países. El New York Times mantuvo una delegación de más de cuarenta redactores. Eso sí, de esos cuarenta redactores, tan sólo uno o dos eran norteamericanos. El resto eran periodistas locales que, además, por razones de seguridad, ocultaron su actividad incluso a sus propias familias.

Según Pure Research, el número de corresponsales fijos de los periódicos norteamericanos se ha reducido un 25% en el último decenio. Según Media Trust, el de los corresponsales británicos, mucho más; se ha reducido en un 40%. ¿Qué pasa en España? Desde luego, la situación no es, ni mucho menos, mejor. Es más, podemos calificarla de verdadera tragedia. Antonio Pampliega, uno de estos periodistas, de los tres periodistas españoles que desgraciadamente siguen secuestrados en Siria, lo ha venido denunciando sistemáticamente durante muchísimos años. Todos conocemos las causas. Estamos en una transición tecnológica, en una transición empresarial, profesional, y, desde luego, una transición de modelo. Por un lado, cada día nace nuevos medios en la red—muchos de ellos sin recursos para financiar equipos de investigación propios y, desde luego, tampoco sin recursos para financiar corresponsalías. Por otro lado, la caída de los medios tradicionales repercute en recursos drásticos y las corresponsalías suelen ser, naturalmente, unas víctimas propiciatorias de estos recursos.

Como hizo popular, hace muchos años, Rupert Murdoch, la información internacional raramente vende periódicos. Así que aún llevará tiempo restablecer este nuevo equilibrio pero estoy segura de que el futuro no tiene porqué ser peor que el pasado, especialmente si logramos evitar los riesgos más destructivos para la libertad. Esa libertad que siempre, siempre, levanta la bandera.