“Pero toda sombra es, al fin y al cabo, hija de la luz y sólo quien ha conocido la claridad y las tinieblas, la guerra y la paz, el ascenso y la caída, sólo éste ha vivido de verdad”. (Stefan Zweig)
Por Jairo Máximo
MADRID, España ― (Blogdopícaro) ― Este año se cumplen 75 años del suicidio del célebre novelista, poeta, dramaturgo, biógrafo y traductor austriaco Stefan Zweig y su esposa, Charlotte Elisabeth Altmann, que ocurrió en 1942 en Petrópolis, Río de Janeiro, Brasil.
Zweig está considerado como uno de los más brillantes y polifacéticos escritores del siglo XX, dueño de un de estilo inconfundible. Probablemente el mayor escritor de best sellers de su siglo. Su popularidad era extraordinaria, sobre todo porque llegaba a todos los estratos sociales. Tenía una sorprendente habilidad narrativa por profundizar en los más hondos entresijos del alma humana.
Enamorado de la gran cultura y la libertad, su obra ha sido traducida a más de cincuenta idiomas. Es autor de poemas, cuentos, relatos, novelas, biografías y ensayos históricos y literarios que han inspirado más de 38 guiones cinematográficos, algunos dirigidos por Roberto Rossellini, Max Anderson y Max Ophüls. En 1948, Ophüls hizo una fantástica adaptación del fascinante relato Carta de una desconocida, protagonizada por Joan Fontaine y Louis Jourdan.
Triunfó entre el público culto de la época con unos magistrales ensayos biográficos sobre algunos de sus creadores predilectos: Tres maestros: Balzac, Dickens, Dostoievski (1920) y Tres poetas de su vida: Casanova, Stendhall, Tostoi (1928); y con las espléndidas biografías de Fouché, Erasmo de Rotterdam, Montaigne, María Antonieta o María Estuardo, que todavía hoy en día no han sido superadas. Además, hizo traducciones de los poemas de Baudelaire, algunos de Verlaine, Keats y William Morris.
“Cada lengua, con sus giros propios, se resiste a ser recreada en otra y desafía las fuerzas de la expresión…En esa modesta actividad de trasmisión de valores artísticos ilustres encontré por primera vez la seguridad de estar haciendo algo práctico e inteligente, una justificación de mi existencia”.
“Para entusiasmar a los demás, hay que ser capaz de entusiasmarse”, decía el escritor.
NACE UNA ESTRELLA
Stefan Zweig nació en 1881, en Viena, Austria, en el seno de una acomodada familia de judíos no practicantes. A pesar de su desahogada posición económica, la familia Zweig no era amiga de lujos ni derroches.
“Me crié en Viena, metrópoli dos veces milenaria y supranacional, de donde tuve que huir como un criminal antes de que fuese degradada a la condición de ciudad de provincia alemana. En la lengua en que había escrito y en la tierra en que mis libros se habían granjeado la amistad de millones de lectores, mi obra literaria fue reducida a cenizas. De manera que ahora soy un ser de ninguna parte, forastero en todas; huésped, en el mejor de los casos… Lo que un hombre, durante su infancia, ha tomado de la atmósfera de la época y ha incorporado a su sangre, perdura en él y ya no se puede eliminar… El deseo propiamente dicho del judío, su ideal inmanente, es ascender al mundo del espíritu, a un estrato superior”.
Desde su infancia el “judío accidental” desarrolló su talento para la escritura y pronto empezó a publicar poemas, traducciones de poemas y ensayos en los periódicos y revistas de Viena.
“A los trece años, cuando me empezó a atacar aquella infección intelectual literaria, dejé el patinaje sobre hielo y usé en la compra de libros el dinero que me daban mis padres para las clases de baile; a los dieciocho aún no sabía nadar ni bailar ni jugar al tenis”.
“Cada vez que un periódico cualquiera me aceptaba una poesía, a confianza en mí mismo, débil por naturaleza, recibía un nuevo impulso. Pero la sorpresa más inesperada de todas se produjo cuando Max Reger, junto con Richard Strauss, el compositor vivo más grande de la época, me pidió permiso para colocar música en seis poesías. ¡Cuántas veces he escuchado desde entonces en conciertos: mis propios versos, que durante años había olvidado y rechazado, eran llevados más allá del tiempo por el arte fraternal de un maestro!”.
Cuando cumplió los quince años, su padre le regaló un manuscrito de Mozart. Fue el comienzo de una vocación coleccionista de manuscritos, autógrafos y objetos personales de creadores universales que cultivó con pasión hasta sus últimos años, en la que invirtió gran parte del dinero que ganaba y cuya dispersión forzosa al llegar los nazis descerebrados fue uno de los mayores disgustos de su vida.
“Cuando empezó la era de Hitler y me vi obligado a abandonar mi casa, se acabó el placer que me proporcionaba mi colección, como también la seguridad de poder conservar algo para siempre”.
“De todos mis libros y cuadros sólo a lámina del rey Juan, de William Blake, me ha acompañado durante más de treinta años y ¡cuántas veces la mirada mágicamente iluminada de este rey loco me ha contemplado a mí desde la pared! De todos mis bienes perdidos y lejanos es éste el dibujo que más echo de menos en mi peregrinación”.
En 1904, se graduó Doctor en Lengua y Literatura Románticas.
“Para mí el axioma de Emerson, según el cual los buenos libros sustituyen a la mejor universidad, no ha perdido vigencia”.
“Me desperté una mañana de noviembre de 1931 y tenía cincuenta años… Como regalo de cumpleaños, la editorial Insel había editado una bibliografía de mis libros publicados en todas las lenguas, que ya de por sí era un libro; no faltaba ninguna lengua, ni el búlgaro ni el finés, ni el portugués ni al armenio, ni el chino ni el marathi. En braille, en taquigrafía, en todos los alfabetos e idiomas, mis palabras y pensamientos habían llegado a la gente; mi existencia se había extendido infinitamente más allá del espacio de mi ser”.
“Hoy por hoy, como escritor―soy alguien que “camina vivo detrás de su propio cadáver”.
BRASIL ENCANTOS MIL
Stefan Sweig llegó a Brasil por primera vez el 21 de agosto de 1936, y fue recibido con honores de Estado por el gobierno constitucional de Getulio Vargas. “Durante esta semana he sido Marlene Dietrich”, escribió a un amigo sobre su recepción. La segunda vez fue el mismo día, pero del año 1940, con permiso de residencia en regla y bajo la dictadura Vargas instaurada en 1937.
En 1941 publicó el exitoso ensayo Brasil, país de futuro editado en Estocolmo. Erróneamente la izquierda brasileña criticó con saña el ensayo y a su autor. Reprochaban sus tópicos y su ¿respaldo implícito? a la dictadura Vargas. Rápidamente Zweig escribió una carta pública subrayando “su pasión por el país y el pueblo brasileño”.
Simultáneamente, en el prólogo de la obra editada en portugués, el entonces ministro de Cultura brasileño, Afrânio Peixoto, precisó: “Zweig: anduvo, paseó, vio, viajó, vivió. No quiso nada, ni condecoraciones, ni fiestas, ni recepciones, ni discursos… No quiso nada”.
La primera edición de Brasil, país de futuro estuvo agotada durante cuarenta años. Pero, cuando, con motivo del centenario del escritor, en 1981, el libro volvió a la venta en Alemania, las nuevas ediciones alcanzaron una difusión diez veces mayor que la primera. Un hecho curioso para un libro de esta naturaleza.
“No había nunca pensado que al cumplir los sesenta años me encontraría aposentado en un pueblecito brasileño, atendido por una chica negra descalza y a kilómetros y kilómetros de distancia de todo lo que antes fue mi vida: libros, conciertos, amigos, conversación”, dejó escrito Zweig.
En Brasil escribió Novela de ajedrez (1941), su novela más famosa, sobre la neurosis obsesiva que un hombre desarrolla por el ajedrez durante su cautiverio en manos de la Gestapo.
¡MIERDA! I y II GUERRA
Fue un implacable opositor a la Primera Guerra Mundial (1914-1918), que le llevó a vivirla desde la Oficina de Guerra en Viena, tras haber sido nombrado como “no apto para combate”. Viena por entonces era la capital del Imperio austrohúngaro, un estado multiétnico, un complejo puzle que antes de la Primera Guerra Mundial incluía diecisiete nacionalidades diferentes y cuyo himno era entonado en trece idiomas.
En los últimos meses de la primera contienda mundial Zweig se desplazó a Suiza y, más tarde, se estableció en Salzburgo, desde donde emprendió diferentes viajes. En 1934, en el auge del nazismo, y ante la inminente anexión de Austria a la Alemania nazi, abandonó Austria e inició un largo exilio por el mundo.
Primero se estableció en Londres, después en Paris, Los Ángeles, San Francisco, Nueva York y, finalmente, Petrópolis. En Londres comenzó a tener depresión, pues se sentía un hombre sin patria, sin hogar y sin nacionalidad.
Desde 1881 a 1918 Stefan Zweig fue súbdito del Imperio Austrohúngaro. Después, entre 1918-1938, ciudadano austriaco y, a partir de 1938, británico.
Férreo delator del nazismo, atravesó un mar tras otro, expulsado, perseguido y despojado de la patria amada. Sus obras fueron quemadas públicamente, y su nombre prohibido en editoriales y publicaciones alemanas. Su casa de Salzburgo, antes de ser saqueada, fue registrada en búsqueda de armas escondidas.
“Por primera vez fui testigo de la peste de la obsesión por la pureza de la raza, que ha sido más funesta para nuestro siglo que la verdadera peste de siglos anteriores… Hitler, poco abierto a ideas ajenas, desde el principio poseyó, sin embargo, el instinto de apropiarse de todo lo que podía ser útil para sus fines personales; así, para él, la “geopolítica” desembocaba y terminaba en la política nacionalsocialista y se sirvió de ella todo lo que pudo para sus propósitos”.
“A menudo me sucede lo siguiente: cuando pronuncio de una tirada “mi vida”, maquinalmente me pregunto: “¿Cuál de ellas?” ¿La de antes de la guerra? ¿De la primera guerra o de la segunda? ¿O la vida de hoy? Otras veces me sorprendo a mí mismo diciendo “mi casa”, para descubrir en seguida que no sé a cuál de ellas me refiero: si a la de Bath o la de Salzburgo, o, tal vez, al caserón paterno de Viena”.
“Antes de 1914 la Tierra era de todos. Todo el mundo iba adonde quería y permanecía allí el tiempo que quería. No existían permisos ni autorizaciones; me divierte la sorpresa de los jóvenes cada vez les cuento que antes de 1914 viajé a la India y América sin pasaporte y que en realidad jamás en mi vida había visto uno… Fue después de la guerra cuando el nacionalsocialismo comenzó a trastornar el mundo, y el primer fenómeno visible de esta epidemia fue la xenofobia: el odio o, por lo menos, el temor al extraño. En todas partes la gente se defendía de los extranjeros, en todas partes lo excluía.
MENTE BRILLANTE
Entre sus singulares amistades se encontraban la crème de la crème de la cultura europea de la primera mitad de siglo XX. Thomas Mann, James Joyce, Paul Valéry, Ravel, Richard Strauss, Bartók, entre otros. Asimismo, mantuvo una fiel correspondencia con Sigmund Freud, Hermann Hesse y Joseph Roth.
Durante su largo exilio por Inglaterra, Francia, Estados Unidos y Brasil, el escritor llegó a convertirse en una especie de “institución caritativa” para los inmigrantes centroeuropeos.
Zweig renunció a la vida porque no pudo soportar la idea de ver a la humanidad doblegada por los asaltos destructivos de los extremismos.
En la noche del 22 de febrero de 1942, en la serrana Petrópolis, Zweig y Lotte, su joven devota segunda esposa y secretaria, se suicidaron con una sobredosis de veronal, substancia química derivada del ácido barbitúrico que se utiliza como tranquilizante y somnífero. Su entierro celebrado en Rio de Janeiro con honores de jefe de Estado, fue un acto multitudinario, que sorprendió a todos tratándose de un forastero.
En la inquietante carta de despedida que dejó escrita con el epígrafe Declaração (el título en portugués y el texto en alemán), dirigida al juez, a la policía brasileña, y de paso, a la humanidad, leemos:
“Antes de dejar esta vida por voluntad propia, con la mente lúcida, me impongo la última obligación: dar un afectuoso agradecimiento a este maravilloso país: Brasil… Diariamente he aprendido a amar este país, más y más. En ningún otro lugar habría podido reconstruir mi vida, ahora que el mundo de mi lengua esta perdido, y mi patria espiritual ─Europa─ se ha destruido a sí misma… Por eso me parece mejor concluir a tiempo y con ánimo sereno una vida para la que el trabajo espiritual siempre fue la alegría más pura y la libertad personal el mayor bien sobre la tierra. Saludo a mis amigos: ¡Ojalá puedan aún ver el amanecer! Yo, demasiado impaciente, me adelanto a ellos”.
Hoy en día en Petrópolis se encuentra la Casa-museo Stefan Zweig, dedicado al escritor y a todos los exiliados europeos en Brasil.
UNA VIDA DE PELÍCULA
De la pluma fecunda y vida de película de Stefan Zweig mucho ya se ha escrito y, felizmente, se seguirá escribiendo. Su obra perdura.
“En mi vida personal lo más notable fue la llegada de un huésped que yo no había esperado: el éxito… El éxito no me cayó der repente del cielo; llegó poco a poco, con cautela, pero duró, constante y fiel, hasta el momento en que Hitler me lo arrebató y lo expulsó con los latigazos de sus decretos… Mis narraciones cortas Amok y Carta de una desconocida se hicieron tan populares como, por regla general, sólo llegan a serlo las novelas; se pusieron en escena, se recitaron en público y fueron llevadas a la pantalla, un librito, Momentos estelares de la humanidad ―leído en todas las escuelas―, en poco tiempo llegó a los 250.000 ejemplares en la Biblioteca Insel; en pocos años me había creado lo que, en mi opinión, significa el éxito más valioso para un escritor: un público, un grupo fiel que siempre esperaba y compraba el siguiente libro, que me otorgaba su confianza y al que yo no podía defraudar… Pero soy sincero cuando digo que me alegré del éxito sólo en tanto que se refería a mis libros y a mi nombre literario y que, en cambio, me resultaba molesto cuando se traducía en curiosidad por mi persona física…Para mí el anonimato, en todas sus formas, es una necesidad”.
SER DE NINGUNA PARTE
Su fascinante libro El mundo de ayer: memorias de un europeo, publicado póstumamente en 1944, está estructurado en 16 apasionantes capítulos que informa e ilustra al lector. “No guardo de mi pasado más que lo que llevo detrás de la frente”.
En el prefacio de la obra Zweig expone: “Antes de la guerra había conocido la forma y el grado más altos de la libertad individual y después, su nivel más bajo desde siglos. He sido homenajeado y marginado, libre y privado de libertad, rico y pobre. Por mi vida han galopado todos los corceles amarillentos del Apocalipsis, la revolución y el hambre, la inflación y el terror, las epidemias y la emigración; he visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea”.
La obra, actualísima, es una joya literaria hecha para la posteridad. Debería de ser de obligatorio estudio en colegios y universidades. Fue escrito mayoritariamente en el calor del trópico sin archivos y amigos con los que compartir los recuerdos del pasado. Es un antídoto a los populismos y un canto a la cultura y la libertad. Obrigado, Stefan Zweig, astro errante.●