Javier Krahe: “Soy un ser inconstante”

Javier Krahe fotografiado por Pepe Castro

MADRID (Blogdopícaro) – Javier Krahe es cantautor y madrileño gato. Tiene catorce discos grabados. El primero, Valle de lágrimas y el último, Las diez de últimas. En esta entrevista concedida en Madrid, Javier Krahe de Salas (Madrid, España 1944) habla de la influencia musical que tiene de Georges Brassens; del derecho a la pereza defendido por Paul Lafargue y de su proceso de creación.

“La hoja en blanco me excita, me asusta y me zarandea”, revela.

¿Es madrileño gato?
―Sí. Mis padres y mis abuelos maternos han nacido en Madrid.  Pero mis abuelos paternos no.

¿Sabe quién es?
―Tengo una canción –“Conócete a ti mismo”− en donde especulo sobre eso. Lo siento por los griegos. Uno no puede conocerse a sí mismo si no se reconoce al tacto. Me toco y sé quién soy. ¿Quién soy yo? Un ser  inconstante.

¿Cómo fue su infancia?
―Absolutamente feliz hasta los doce años. Luego, cuando empecé a ver la vida de otra manera, no tanto. Dejé de estudiar y esto me causaba muchos problemas en el colegio; en mi casa menos, porque mis padres no eran muy exigentes. Me acuerdo de que en el Colegio del Pilar estaba continuamente castigado por no estudiar. Con todo, no me movieron de mi sitio. No estudié mucho pero terminé el Bachillerato y cursé la Facultad.

¿Cuándo era niño llegó a pensar que de mayor quería ser bombero, pirata, policía o artista?
―No. Lo que sí recuerdo de cuando era niño es haber oído a mi madre decir que yo de mayor quería ser marino. Parte de la familia de mi madre eran marinos. Algo sonaba… Recuerdo que mi padre me preguntaba por qué yo quería ser marino. Le decía que para ir en el barco. Y cuando tenía doce o trece años decía que me gustaría escribir novelas de aventuras, cosa que tampoco he hecho.

¿Cómo y cuándo encuentra la música?
―Desde niño me gustaba la música. A los doce años iba con mi hermana −seis años mayor que yo− todos los viernes y los domingos a los conciertos de la Orquesta Nacional de España en el Teatro Monumental y en el Palacio de la Música de Madrid, dónde hacíamos cola interminable. Eso duró un par de años. Disfrutaba muchísimo.

¿Por qué es músico?
―Fue una elección que hice a los treinta años. No pensaba dedicarme a esto. Siempre pensé en escribir las letras de las canciones y que otros las pusieran la música y cantasen. Con un hermano mío −ocho años menor que yo−, que desde niño tocaba la guitarra, hicimos 25 canciones y él las cantaba, cuando podía, porque eran tiempos de Franco. Con eso me daba por satisfecho. Pero claro, mi hermano fue creciendo y, de pronto, empezó a hacer una vida distinta. Así que me encontré que seguía escribiendo canciones y no tenía quién las cantase. Busqué a un amigo de mi hermano, Alberto Pérez, antiguo componente del grupo La Mandrágora, y le dije: “Oye, Alberto, voy a continuar haciendo canciones y tú me las cantas”. Compuse ocho canciones y él puso la música y la voz. Sin embargo, un día él me dijo: “Javier, no quiero cantar más tus canciones porque son muy personales. No pienso como tú”. Entonces le dije: “Vale. Las canto yo. Aprenderé a tocar la guitarra y sacaré algún rendimiento”. Empecé a cantar a los 35 años y Joan Manuel Serrat, a los quince. Desde entonces no he parado de cantar y sigo sin saber tocar la guitarra.

Entre componer y cantar, ¿cuál de esas dos actividades le da más placer o dolor?
―Componer me da las dos cosas: placer y dolor. Cantar sólo me da placer.

¿Qué siente cuando está delante de una hoja en blanco?
− (silencio) Cierto rechazo.

¿Y miedo también?
―Sí. Para mí escribir una canción es un desafío porque tengo que averiguar algo de mí mismo. Me excita, me asusta y me zarandea. Me pone muy alterado empezar una canción. Lo vivo de una manera muy fuerte.

¿De dónde saca las ideas para afrontar la hoja en blanco?
―Nunca tengo un plan. Nunca sé de qué voy hablar en las canciones.

¿Cree que el creador no controla las ideas?
― (risas) A mí las ideas me vienen a  la cabeza. La mayoría de las cosas que escribo me ocurren a mí.

“Me gusta jugar con palabras, con ideas”, le oí decir. ¿Cómo se juega a eso?
― (risas) Hay muchas maneras de juego. Sin embargo, canciones por puro juego ya no las hago. Juego en ellas, pero ya no me lo planteo como un juego cómo hacía años atrás. Recuerdo que un día escribí en una hoja diversas palabras que terminaran en −oma: Roma, paloma, carcoma, broma, Sodoma, idioma, Mahoma, axioma, coma, cromosoma, asoma, aroma. Cuando tenía unas veinte las junté para hacer una canción. No tenía más planteamiento que a cada tres versos iba una palabra terminada en −oma. Es una canción bastante conocida “El Cromosoma”. Otras canciones  también las hice jugando, no por sistema. En otra ocasión hice una canción con tres silabas y que rima emparejado.

Eso sí que es difícil.
―Fueron cuatro  años currando en la misma idea. No trabajando todos los días. “Señora que añora mi mente doliente”. En castellano la rima más corta es de tres. Si es más corta no se nota. Eso es lo que busqué. Esa es la dificultad. Cuando la di por buena lo que me llamó la atención es que lo que cuento en la canción es parecidísimo a lo que cuento en otra canción. Cambié la forma y el contenido era el mismo.

¿Qué papel juegan Georges Brassens, Leonard Cohen y Tom Waits en su obra artística?
―Con quien me he sentido más conmovido es con Brassens. A Tom Waits lo admiro pero no me conmueve. Quizá porque su mundo es más desgarrado que el mío. En cuanto a Leonard Cohen yo no sé hacer el tipo de música que él hace. Los conocí casi a la vez. Lo que sé hacer es el tipo de música que hace Brassens. Cuando oí por primera vez a Brasssens fue un palo. Ese señor ha dicho todo lo yo quiero decir y no sabía cómo. En fin, Leonard Cohen siempre fue para escucharlo, no para que me influyera como Brassens. Tengo todos los discos de Cohen y de Georges Brassens. Y muchos de Tom Waits.

He leído diversos artículos en la prensa con motivo del lanzamiento del disco Las diez de últimas donde dejan caer que son sus diez últimas canciones. ¿El título es una licencia poética o un hecho?
―Es que… Yo sabía que iba pasar eso. Y no he dicho eso a nadie, pero a ti te lo voy a decir. Hay una expresión del juego de las cartas que consiste en que tú te apuntas las diez de últimas y llevas la última carta. Pero con mi juicio religioso, del cual fue absuelto y que inexplicablemente no tenía un acusador [sobre un vídeo casero hecho en los años 80 del siglo pasado] que abordo en la canción “Fuera de la grey”, me llevo la última baraja y me apunto las diez de últimas. También quiero decirte que no son las últimas canciones porque tengo más. Cuando termino un disco ya no tengo nada que decir. Habrá otra partida de cartas. “(…)Ya me voy, basta por hoy, / guardo mi tirachinas. /Me alejé de toda fe / ¿sabéis por qué? / porque ese Dios es un pamplinas” [fragmento de la canción “Fuera de la grey”].

Portada del disco+libro de Javier Krahe

¿Por qué escoge el libro El derecho a la pereza, de Paul Lafargue, yerno de Karl Marx, publicado por la primera vez en 1880 en Inglaterra para acompañar el disco Las diez de últimas?

―Al principio fue simplemente porque cuando iba a grabarlo personas cercanas me decían que los dos discos anteriores eran disco+libro. Tampoco tiene gran valor que vaya con un libro, pese a eso, me parece que es algo más. El primer libro que regalé acompañando un disco mío fue un libro de entrevistas conmigo. El segundo libro fue un estudio sobre las letras de mis canciones. Y para este disco yo no tenía nada planeado. Pero ante la insistencia de compañeros pensé que también podría regalar un libro que no tuviese nada que ver conmigo. Di muchas vueltas y llegué a la conclusión de que podría ser El derecho a la pereza. ¿Por qué este libro? Porque estoy muy  conforme con lo que dice Paul Lafargue. La idea de que hoy nadie hable a favor de lo que él llamaba pereza es desconcertante. Lafargue defiende que el trabajo no es sagrado. Que la vida no es sólo trabajo. Que cualquier asalariado no llena su vida con su trabajo. Un camarero, un minero, un albañil, un periodista, un transportista no llenan su vida con el trabajo. En fin, el hecho de que haya crisis económica y tanto paro me ha llevado a pensar que tenemos que  tener en cuenta el punto de vista defendido por Paul Lafargue, el pionero en abordar este tema.

¿Qué papel juega la literatura y otras disciplinas artísticas en su obra musical?
―La literatura, importantísimo, porque me gusta escribir y leer los clásicos. A la canción le van muy bien los clásicos. Me gusta que haya rima y métrica. Si leo poesía actual no espero que haya rima ni métrica. Además, me gusta que la poesía actual sea libre. Pero no para hacer una canción. No escribo poesía. Si escribiese poesía la haría en verso libre. Las canciones piden que haya repeticiones. Se puede hacer una canción de verso libre pero sería de muy difícil comprensión. Con la métrica sí se puede. El cine también me inspira mucho porque veo las cosas en imagen antes de plasmarlas en palabras. En mis canciones creo que se nota eso porque son muy rápidas y con pocas palabras.

Entre las decenas de manifestaciones que presencié en Madrid desde de mayo de 2011, en una de ellas, específicamente la del día −05-10-2013− con el lema “Fuera

Manifestación en Madrid // foto de Anais Máximo

Mafia/Hola Democracia”, oí este grito: “Con tanta luz encendida [de las lecheras de los antidisturbios] esto parece un puticlub”. ¿Qué piensa?
―(risas) Me encanta. Esa no la oí. Y mira que he estado en muchas de las manifestaciones celebradas en Madrid en los últimos años. En algunas utilizan la adaptación de un verso mío que escribí hace años, antes del nacimiento del movimiento 15-M. El verso de Pablo Neruda es: “Me gustas cuando callas porque estás como ausente”. El mío es: “Me gustas democracia pero estás como ausente”.

¿Le apetece dedicar dos versos suyos al lector de esta entrevista con las palabras: multa para manifestante y concertina?
― (Silencio) Me puede interesar, pero antes de crear un verso me gusta pensar y repasar. Y si no pienso y no doy vueltas, no lo hago. ¡Olvídate! •

Entrevista publicada en Eurolatinnews, Blogdopícaro y en la revista El Siglo de Europa.