Entrevista a Darío Villanueva, nuevo director de la Real Academia Española (RAE)

Es académico de la RAE desde 2008, ocupando el sillón D, que coincide con la letra inicial de su nombre de pila.

En efecto, tomé como buen augurio el hecho de que me tocara el sillón de la letra D, que perteneció anteriormente a destacadas personalidades, como dos presidentes republicanos (Emilio Castelar, de la I República; y Niceto Alcalá-Zamora, de la II). Fui elegido en 2007, en 2008 ingresé, en 2009 me nombraron secretario y, hace unos días, director de la Real Academia. En esta trayectoria me resultó de gran utilidad mi anterior experiencia en puestos de responsabilidad, fundamentalmente en el ámbito universitario, pero también en otras entidades, generalmente fundaciones vinculadas a escritores (Camilo José Cela, Torrente Ballester y Carlos Casares).
Su discurso de ingreso llevaba por título El Quijote antes del cinema. ¿Qué queda de la obra cumbre de Cervantes en la sociedad actual?

Foto de Manuel París Darío Villanueva en su nuevo despacho de la RAE
Foto de Manuel París
Darío Villanueva en su nuevo despacho de la RAE

El Quijote se ha convertido en un auténtico mito de la literatura universal, y Cervantes es uno de esos pocos escritores -equiparado a Shakespeare y por encima de otros grandes autores clásicos, modernos y contemporáneos- que todos tenemos en mente. La creación de los personajes de Don Quijote y Sancho ha tenido una enorme influencia en el mundo de literatura y de las imágenes; la iconografía que rodea a estas dos figuras fue muy temprana, en forma de ilustraciones, pero también de pantomimas, dibujos, caricaturas, pinturas… Y eso continúa hasta hoy, de modo que la imagen del caballero andante y su escudero está en el imaginario colectivo de las personas que incluso no son aficionadas a la literatura y tampoco han leído la novela de Cervantes. Y en América, tenemos que hablar de México, país al que suelo referirme como la tierra de promisión del Quijote, pues su presencia es intensísima en todas partes, aunque de modo muy especial en una villa colonial muy hermosa, llamada Guanajuato, donde han abierto el Museo Iconográfico del Quijote –único en su género- y celebran unas Jornadas Cervantinas internacionales; en las plazas de la ciudad se representan continuamente piezas de Cervantes y los actores y actrices que intervienen son gente del pueblo, de todas las edades.
El tercer centenario de la RAE ha contribuido a dinamizar la institución, que muchos consideran estática. ¿Limpia, fija y da esplendor al idioma?
Ese fue el lema que los académicos, después de considerar una serie de propuestas, acordaron en una votación secreta en 1715. La Academia de la Publicidad, para rendirle homenaje al tricentenario de la RAE, hizo un spot utilizando precisamente ese lema como si fuera un eslogan, y la verdad es que algo había de eso. Probablemente los académicos fundadores, sin darse cuenta, estaban sentando las bases de lo que sería la primera propuesta de un lema auténticamente publicitario. Se discutieron otros, concretamente hubo uno que tuvo sus defensores y que fue una suerte que finalmente no se eligiera: “Aprueba y reprueba”, un lema que significaría desde el principio que la Academia adoptaba un papel de policía del lenguaje, algo que no resulta conveniente y que nosotros nunca promovemos ni aceptamos. En cuanto a “limpiar”, la Academia procura emitir su informe cuando en el idioma se producen entradas de términos que no son los óptimos, que están muy contaminados por otras lenguas; aunque el fenómeno del préstamo entre lenguas es absolutamente normal y no se debe tomar nunca como algo radicalmente pernicioso. Por otra parte, Ferdinand de Saussure -en el Curso de Lingüística General- habla precisamente del papel de “fijar” que tiene la gramática, pero también el diccionario y la ortografía. Y en lo que se refiere a “dar esplendor”, hay que recordar que en la Academia hay un número considerable de sillones ocupados por los escritores más notables del momento, y eso fue así desde el siglo XIX, pues en el XVIII no había apenas escritores de renombre, sino más bien personas dedicadas al trabajo lexicográfico y gramatical.
Algo está cambiando en la Real Academia.

Creo que sí; es cierto que existe un estereotipo referido a ella, que la identifica con una organización vetusta, arcaizante, poco dinámica, etc. Eso ha cuajado en una especie de tópico que tiene algunos visos de verdad en relación al pasado, pero que ahora nos acompaña como una especie de losa de la cual es muy difícil librarse. La única solución es seguir nuestro criterio y esperar a que la percepción externa vaya cambiando. La Academia es una institución que, desde los años 80 del siglo pasado, se acomodó enseguida a las nuevas tecnologías porque le iba mucho en ello; ahora nuestro diccionario se ofrece en la Red a través de la página web y tiene millones de consultas. Contamos con más de medio millón de seguidores en Twitter y, por todo ello, debemos responder a las expectativas depositadas en esta institución, que lleva funcionando 300 años y que tiene un cometido sustantivo que vamos a seguir manteniendo: elaborar los códigos de la lengua, la gramática, el diccionario y la ortografía. Y también estamos revitalizando mucho un aspecto contemplado en los estatutos fundacionales de la Academia, pero que quizás no alcanzó el desarrollo que debiera, que es la atención a la creación literaria, sobre todo de la tradición de nuestra literatura. Por ejemplo, en este momento tenemos un proyecto muy ambicioso, que es la Biblioteca Clásica de la RAE, consistente en 111 títulos seleccionados, empezando con El Cantar del Mío Cid y finalizando con Los Pazos de Ulloa, de Emilia Pardo Bazán.

¿No le parece que hay pocas mujeres en la RAE?
Por supuesto, pero la historia no se puede reescribir. A mediados del siglo XVIII la Academia nombró a una primera socia “honoraria”, la aristócrata María Isidra de Guzmán y de la Cerda, que murió muy joven, a los 35 años de edad. A veces pienso que se empezó muy bien con aquella designación y que luego se torcieron las cosas; así, en el siglo XIX, cuando Gertrudis Gómez de Avellaneda, una escritora del romanticismo hispanoamericano, aspiró a ingresar, recibió una mala respuesta por parte de los académicos de entonces. Casi medio siglo después, sucede algo parecido con Emilia Pardo Bazán, que también es rechazada por la institución con la misma respuesta: “No hay lugar para señoras”. De hecho, la primera mujer que formó parte de la Academia fue Carmen Conde, que pronunció su discurso de ingreso en 1979. La siguieron Elena Quiroga, Ana María Matute, Carmen Iglesias, Margarita Salas, Soledad Puértolas, Inés Fernández Ordoñez, Carme Riera y Aurora Egido. De todos modos, hay que decir que en L’Académie Française, la primera mujer que ingresó fue Marguerite Yourcenar, en 1981, con lo que en el país vecino la incorporación de la mujer fue posterior.
¿Investigador o gestor cultural?
Me quedo con las dos facetas, pues supongo que obedece a la dualidad que tenemos los Géminis (nací un 5 de junio) y, en mi caso, se da entre el trabajo intelectual, como profesor y estudioso, y la gestión -no sólo cultural, sino también educativa- de una gran universidad como la USC, que en mi época de rector llegó a tener más de cuarenta y cinco mil estudiantes.
¿Con qué se queda de su etapa al frente de la USC?
Con todo. Fue la etapa más plena, feliz e intensa de mi vida. Aunque no era un puesto fácil; en primer lugar, tuve que ganar las elecciones, compitiendo con el rector de entonces, Ramón Villares, y cuatro años después, fui candidato único, no hubo nadie que me disputara el rectorado, lo cual me facilitó enormemente las cosas. Ello no quiere decir que fueran ocho años no exentos de dificultades y situaciones complejas. Visto en la distancia, me ha dejado una huella muy positiva; creo que de todo se pueden obtener experiencias que se aplican después a la vida. Actualmente, en mi etapa de la Academia, me doy cuenta de que todo aquello me sirvió para entender también las dificultades que entraña la gestión cotidiana de una institución.
Tiene un amplio bagaje internacional. Cuéntenos alguna anécdota.
Tuve la suerte de recorrer los cinco continentes por razones profesionales, como profesor visitante o como conferenciante. Y en todas partes encontré algún paisano gallego, dedicado a las más diversas actividades, pero siempre aclimatado a su lugar de residencia o de trabajo, enormemente solidario y receptivo con el forastero. Es una vivencia común a casi todos mis viajes.
¿Qué piensa de las sucesivas reformas educativas?
Es una auténtica calamidad, uno de los perjuicios más grandes causado a nuestra sociedad, y a su estabilidad, crecimiento y progreso. La educación tiene que ser estable, fruto de pactos y con un alto nivel de consenso entre las distintas opciones políticas que nos gobiernan legítimamente. Es imprescindible separar educación de ideología; el hecho de que cada vez que cambia la mayoría en el Congreso, suponga una nueva Ley de Educación, da a entender precisamente todo lo contrario. De esta forma, lejos de ser un tronco fundamental y estabilizador de la sociedad, el sistema educativo está sometido a distintas perspectivas ideológicas. Y eso no es bueno.
Parece que los políticos se han olvidado de la cultura.
Es una consecuencia de la consideración puramente economicista de las cosas. En mi época de rector, cuando tenía que pronunciar discursos en actos institucionales y ante la presencia de altos representantes del poder ejecutivo, siempre mencionaba los estudios de los economistas que consideran que el gasto en educación es en realidad una inversión; lo que se gasta en el sistema educativo redunda en la formación de las personas que, de esta manera, consiguen una posición profesional muy destacada, con unos ingresos superiores a la media y, en consecuencia, unos retornos fiscales para el Estado, que le permiten recuperar la inversión inicial en la formación de esos individuos. Es absurdo aplicar el mismo criterio de rentabilidad, de obligado cumplimiento en el caso de una empresa comercial, a sectores como la cultura o la educación. Aunque desde los estudios de la Escuela de Frankfurt (Max Horkheimer, Theodor Adorno, Walter Benjamin…) ya se maneja el concepto “industria cultural”, entendida como capacidad para producir bienes culturales en forma masiva, lo cierto es que la cultura es, efectivamente, una industria y alcanza a veces un porcentaje muy significativo en relación al PIB.

¿Acabará algo o alguien con los libros?
Esta es una vieja canción que comenzó en 1962, cuando Marshall McLuhan publicó La Galaxia Gutenberg, donde anunciaba que la era iniciada por la invención de la imprenta, a mediados del siglo XV, llegaba a su fin por la irrupción de la Galaxia Marconi o Aldea Cósmica, caracterizada por el medio televisivo y las innovaciones tecnológicas que comenzaron en el XIX con el telégrafo, y siguieron más tarde con la llegada del teléfono, la radio y la televisión. Y él fue el primero en anunciar la muerte del libro, pero esa defunción no se ha producido todavía, sino al contrario: hoy se escriben, se editan, se venden, se compran, se roban, se piratean, se plagian, se critican, se estudian y se enseñan más libros que nunca en la historia de la humanidad. El concepto de libro no es unitario. El libro impreso vino a continuar lo que eran los libros manuscritos, que tenían soportes distintos, por ejemplo el papiro, el pergamino, las tablillas de cera o de barro… Y ahora el libro electrónico, sin duda, va a convivir con el libro de papel y es presumible que en nuestro siglo coexistan ambos soportes. No soy apocalíptico en ese sentido y creo que el libro va a tener, lógicamente, una larga vida.

¿Se lee mucho o poco en España?
Tenemos una tendencia al pesimismo en esta cuestión y los índices de lectura que hoy se pueden establecer -incluso estadísticamente- no resisten la comparación con los mismos índices de los países del centro y norte de Europa, de gran desarrollo económico, social y cultural. Pero tampoco la situación española es absolutamente desesperada al respecto, hay unas estadísticas que hablan de un porcentaje de lectores que supera el 50%. Si vamos a cortes de edad, nos encontramos con un dato muy interesante: los niños y los jóvenes leen más, quizá en ello influya que están en el ámbito educativo y la educación promueve la lectura. Sería muy interesante que se pudiera mantener ese mismo nivel de lectura cuando se hacen adultos. En definitiva, España puede y debe crecer todavía más en índices de lectura, pero está situada en una zona media razonable; en fin, lo único que deberíamos ambicionar es dar el salto y situarnos al nivel de esos países que antes mencionaba.
¿Qué opinión le merece la tendencia de no incluir a escritores con obra en español dentro de la literatura gallega?
El asunto tenemos que enfocarlo de una manera muy objetiva y que no es, en modo alguno, polémica. El concepto de literatura gallega está ligado a la lengua en la que se produce esa literatura; y la literatura es, fundamentalmente, lengua. De modo que el concepto de literatura gallega es escrita en gallego. Lo cual no quiere decir que Torrente Ballester, por ejemplo, no sea un escritor gallego, porque en ese momento ya pasamos a otro nivel de designación; es un escritor gallego, no sólo porque nació y vivió en Galicia, sino porque una parte considerable de su obra está ambientada en Galicia. Y no sólo por cuestión de localización o de los personajes, sino por la percepción del mundo que el escritor refleja; en el caso de Torrente, manifiesta también esa condición suya de gallego. Como filólogo, no veo ninguna polémica en esta cuestión; de hecho, dirigí -y lo digo sin jactancia- la historia de la literatura gallega más completa que se ha editado hasta el momento, dentro del Proyecto Galicia, que publica Francisco Iglesias en A Coruña, en la Editorial Hércules; son cinco volúmenes en los que colaboran muchos jóvenes investigadores de la literatura, cada uno con su capítulo. En esos tomos, por ejemplo, no hay un capítulo para Cela por razón obvia: la literatura gallega es la que se escribe en gallego; pero si tenemos otro tomo dedicado exclusivamente a los escritores gallegos que escriben en castellano. El problema no es decir que cualquiera de estos escritores no pertenece a la literatura gallega; son escritores gallegos, es un matiz absolutamente distinto. Si Joseph Conrad no pertenece a la literatura polaca, sino que forma parte de la literatura inglesa, es porque -aun siendo polaco- escribió en inglés, y la lengua condiciona la adscripción de un autor a una determinada literatura. A veces nos encontramos con una especie de imputación culposa contra estos escritores gallegos por el hecho de escribir en castellano y me me parece una aberración total y absoluta, no tiene el más mínimo sentido mírese por donde se mire. Igualmente, pienso que los rusos no deberían considerar a Vladimir Nabokov un traidor por el hecho de escribir Lolita en inglés y que sea uno de los escritores más importantes de la literatura inglesa del siglo XX. O el caso de James Joyce, que es un escritor irlandés por todos los poros de su piel, que escribe la gran novela de Dublín que es el Ulysses, y lo hace en inglés, no en la lengua irlandesa.
¿Qué recuerdos guarda de su adolescencia en Vilalba?
Mi padre es asturiano y, cuando nací, era juez en Luarca; yo fui a nacer a Vilalba porque mi madre era de allí, pero me crié en Asturias. Luego mi padre se trasladó como juez a Lugo y, en el año 70 lo destinaron a Coruña, donde se jubiló como magistrado. En ese año yo ya estaba en la universidad, así que podemos decir que soy, en ese sentido, un coruñés bastante intermitente y escaso. Pero en Vilalba pasé largas temporadas y también los momentos más felices de mi infancia y de mi adolescencia. Me estoy refiriendo a una parte considerable del verano, y luego también las Navidades y otras vacaciones. Allí tenía mis círculos de amigos, por cierto, varios de ellos tampoco residían en Vilalba todo el año, sino que nos reuníamos allí. La vinculación con mi familia materna fue intensísima; mi abuelo Darío, del que heredo el nombre, era una persona extraordinariamente interesante; había estado en Cuba, se marchó siendo un niño, permaneció en la isla unos veinte años, hizo un pequeño peto y volvió para instalarse y casarse con mi abuela. Es decir, fue de los emigrantes que volvió con la maleta suficientemente llena y, por supuesto, mucho antes de ese otro momento -tan doloroso para muchos de nuestros paisanos- derivado de la Revolución castrista, que les hizo, en algunos casos, perder las propiedades. Mi abuelo regresó en los años 20, con una visión del mundo muy marcada por esa enorme experiencia; un chico de San Xoán de Alba que, de repente, siendo un niño, lo dejan caer en La Habana, descubre allí la gran ciudad, la modernidad, la circulación del dinero, las prácticas económicas que van más allá de una economía agraria, etc. Una magnífica universidad de la vida. Y traía esa impronta consigo a Vilalba, donde desarrolló su actividad. Yo he mantenido siempre mi vinculación con Vilalba, pues allí tengo casi todo mi archivo personal y también una parte muy importante de mi biblioteca, en dos casas de la familia; y, por supuesto, allí vive mi tía Pilar, con la que mantengo una profunda relación de cariño, afecto y gratitud.

MUY PERSONAL

– Un color: Amarillo.
– Un vino: Los blancos de Galicia.
– Un plato: Un pescado fresco poco elaborado.
– Una canción: The Old Ways, de Loreena McKennitt.
– Un origen: Vilalba.
– Un destino: Buenos Aires.
– Un libro: Don Quijote de la Mancha.
– Una película: “Berlín, sinfonía de una ciudad”, de Ruttmann.
– Un refugio: Una biblioteca.
– Un recuerdo: La plenitude de los veranos en Vilalba, en mi infancia.
– Un árbol: Roble.