«No voy a entrar ahora en el mismo debate que Dibsi, que me parece muy interesante. Comparto algunas de sus ideas, pero no todas, claramente. Voy a hablar de manera más concreta de las estrategias de comunicación en la guerra yihadista, que es el tema que tenemos hoy en la mesa.
Considero que hay dos maneras de cubrir la guerra yihadista: La primera es cubrirla en su frente exterior, o sea, en Europa y en algunos otros lugares donde los yihadistas tienen mucha presencia, y eso se puede hacer a través de una serie de fuentes, como los servicios de seguridad que trabajan sobre este asunto, y también dentro de las comunidades donde algunos de esos llamados terroristas anidan.
Cuando digo “llamados” terroristas, quiero decir que muchos de ellos en realidad son jóvenes que todavía no se han ido, que se preparan a salir para luchar en el Estado Islámico, controlado por la organización Daesh, o en las zonas de Siria donde dominan otros grupos islamistas, como Al-Nusra. Los que les tienen simpatía comparan esos jóvenes con las brigadas internacionales que llegaron a España hace ochenta años para apoyar a los republicanos en la guerra civil.
Dentro de esos grupos hay jóvenes totalmente perdidos que no saben qué hacer con sus vidas y que han encontrado en el Estado Islámico algo que ven como un paraíso, un modo de vida, una posibilidad de mejorar lo que tienen en casa. Y hay otros, a veces simples criminales, que deciden ir a vivir allá porque van a poder hacer lo que les da la gana.
Creo que no se ha hecho un buen trabajo de información sobre este aspecto, a pesar de que la información, sí, está disponible. Hay que buscarla, hay que lograr entrar en estas comunidades, hablar con los que se preparan a salir hacia Siria o Iraq, y con los que vuelven. Porque algunos de los que vuelven están dispuestos a hablar, no tanto con las fuerzas de seguridad, pero sí con otra gente que los conoció antes de que se fueran.
Esto es el primer frente que podemos cubrir con cierta facilidad. El otro frente, del cual hemos hablado mucho hasta ahora en esta mesa, está en el interior de Siria y en la parte de Iraq controlada por Daesh. Obviamente, eso es algo mucho más difícil de cubrir y, sobre todo, mucho más peligroso. Yo diría que hoy es imposible de cubrir esa guerra en las zonas controladas por Al-Nusra, que supuestamente está afiliado a Al Qaeda, o en el territorio dominado por Daesh, que es el Estado Islámico. Incluso, fuera de esas regiones, en las zonas periféricas, es casi imposible entrar hoy, por un motivo muy sencillo: algunos grupos se dedican a secuestrar a periodistas extranjeros y a todo tipo de gente, y los revenden a los grupos yihadistas. Eso es algo que funciona desde hace mucho tiempo y la mayoría de los secuestrados, empezando por los que fueron asesinados por Daesh, habían sido revendidos antes de llegar a manos de sus asesinos. Entonces, no existen las condiciones para trabajar sobre el terreno.
«Cubrir una guerra, como periodista, siempre ha sido peligroso, no es una novedad».
¿Cómo se compara esto con otros conflictos? Cubrir una guerra, como periodista, siempre ha sido peligroso, no es una novedad. Desde la Primera Guerra Mundial, donde muchos murieron en las trincheras recibiendo las bombas de la misma manera que las recibían los soldados, y viviendo en condiciones terribles, hasta la guerra de Vietnam y todas las guerras siguientes. Pero la naturaleza del peligro ha cambiado. Voy a dar unos ejemplos a partir de mi experiencia personal.
He cubierto las guerras de Centroamérica en los años 80 y ahí muchos periodistas murieron. A pesar de que hoy se ha olvidado un poco, decenas de periodistas murieron en El Salvador, en Guatemala, en Nicaragua. La diferencia fundamental con lo que pasa hoy en Siria es que las guerrillas centroamericanas hacían todo lo posible para quedar bien con los periodistas, porque nos veían como los portavoces de sus luchas. Era una manera de crear simpatía en los medios y en las sociedades donde publicamos nuestras historias, en Europa, en Estados Unidos. Y, en el caso de Estados Unidos, era además una manera de influir sobre el Congreso antes de las votaciones sobre las ayudas millonarias que iban, por ejemplo, a la Contra nicaragüense.
Entonces, era una situación totalmente diferente, había una empatía, a veces excesiva, que llevó a muchos periodistas a dar una cobertura totalmente sesgada de lo que pasaba en Centroamérica. Sin embargo, los periodistas que murieron en Centroamérica no fueron asesinados con la intención de hacer todo un espectáculo con sus muertes, como pasa hoy en Siria. Las muertes ocurrían en combates o porque los gobiernos o los grupos paramilitares, vinculados a las fuerzas de seguridad, asesinaban a periodistas cuando querían dar una señal, para asustarnos. Hay un caso famoso en El Salvador en los años 80 cuando los paramilitares mataron a todos los miembros de un equipo de televisión de Holanda. Los emboscaron, y fue claramente una señal. Pero esa señal venía desde el poder. En cambio en Siria, es al revés. El poder, es decir, Bashar al-Assad, no tiene ningún interés en matar a periodistas occidentales o japoneses. En cambio, del otro lado, sí, porque le sirve para su atroz propaganda: a diferencia de las guerrillas centroamericanas, los islamistas quieren provocar terror, no simpatía. ¿Y por qué? Porque nos ven como enemigos.
En esas condiciones, yo diría que la única cobertura que se puede hacer en Siria hoy es una cobertura indirecta. O sea, desde fuera, como lo comenté al inicio, pero también a través de fuentes que están en el terreno en Siria. Pasa algo similar en algunas zonas de Libia donde ya no se puede ir. Voy a menudo a Libia, donde recurro a fuentes locales para saber lo que pasa en las zonas inaccesibles. Son fuentes fiables y se puede contrastar la información con otras fuentes. Es lo mejor que se puede hacer en esa situación.
Quiero terminar con unos comentarios a propósito de lo que acaba de decir Malén Aznárez sobre los grupos que usan el periodismo como arma de guerra. Yo creo que eso es una constante histórica, todos los grupos armados y, también, los ejércitos nacionales han usado a los periodistas como arma de guerra, solo que Daesh lo hace de otra manera. En cuanto a los periodistas freelance que van sobre el terreno y que, como decía Malén, se ven forzados a tomar riesgos excesivos para sacar tomas en primera línea de fuego, tengo que decir que no estoy de acuerdo.
Creo que están equivocados, no tienen que ir en primera línea a sacar nada, porque, primero, lo que sacan no tiene gran interés; incluso si sale en portada de los medios, en general son siempre las mismas tomas, todo es lo mismo, y no explica nada. Lo que sí tenemos que explicar en los medios es, realmente, el contexto, lo que pasa detrás, quién es quién, la correlación de fuerzas. Y esto no lo están haciendo ahora, en Siria por lo menos, los que intentan ir sobre el terreno. En Siria no se puede ver nada en el terreno. Entonces, si tuviera que dar un consejo a una clase de estudiantes en periodismo que quieren salir a Siria, les diría que no vayan. Primero, que aprendan un poco la profesión, porque hay muchos improvisados que piensan que si sacan algo impactante su carrera ya está asegurada, y no es así. El riesgo es demasiado grande y, además, totalmente inútil: no sirve para ayudarnos a entender el conflicto«.